Laberinto by A. C. H. Smith

Laberinto by A. C. H. Smith

autor:A. C. H. Smith [Smith, A. C. H.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Infantil y juvenil, Fantástico
publicado: 1986-06-05T22:00:00+00:00


Capítulo Diez

No hay problema

Hoggle seguía deambulando por el seto del laberinto, pensando en sus asuntos, y sobre todo pensando en la chica que le había quitado sus joyas. Él había intentando contentarlos a ambos, a ella y a Jareth, y eso es lo que conseguía por intentar contentar a todo el mundo. Ni una de sus alhajas.

Oyó a Sarah cuando gritó. Aquello lo hizo detener sus pasos, que se dirigían al principio del Laberinto. Escuchó, oyó un segundo grito, luchó contra su rudimentaria conciencia, tomó una decisión, y comenzó a correr en su dirección. Conocía el camino por aquel sitio mejor que los estúpidos goblins del castillo.

—Ya voy, señorita —gritó.

Galopó girando la esquina, derecho a un par de rodillas.

Jareth llevaba puesta su capa y parecía hermosamente diabólico.

—Vaya —dijo amablemente— pero si eres tú.

—Sí —le dijo Hoggle, temblando.

—¿Adónde ibas, hmmm?

—Ah… —Hoggle miraba a las botas de Jareth—. Ah… —dijo con un tono diferente de voz, para mantener la atención de su audiencia. Entonces pasó algunos minutos rascándose el trasero, sugiriendo que nadie podía esperar que contestara mientras se encontraba atormentado por un picor.

Jareth se contentó con esperar, con una sonrisa en sus labios.

—Eh… —Por fin Hoggle fue capaz de pensar en algo—. La jovencita, me había dado esquinazo… eh… pero acabo de oírla ahora mismo…

Jareth entrecerró los ojos.

—Así que yo… eh… eh… voy a ir a buscarla y luego la conduciré de vuelta al principio. Justo como me indicó usted. —Deseó que el Rey de los Goblins le diera una patada, o una tunda, o hiciera alguna cosa, lo que fuese excepto sonreír con aquella sonrisa angustiosa y agradable.

—Ya veo. —Jareth asintió—. Por un momento pensé que corrías a ayudarla. Pero no, tú no harías eso. No después de haberte advertido. Eso sería estúpido.

—Ajá —convino Hoggle, con el corazón tembloroso—. Oh, jajaja. ¿Estúpido?

Puede apostar a que sí. ¿Yo? ¿Ayudarla? ¿Después de sus advertencias?

Jareth inclinó elegantemente la cabeza para examinar el cinturón de Hoggle.

—Oh, querido —dijo, con aspecto preocupado—, ¡pobre Hoghead!

—Hoggle —gruñó Hoggle.

—Acabo de darme cuenta de que tus preciosas joyas han desaparecido.

—Uh… —Hoggle bajó la vista a su triste cinturón sin adornos—. Oh, sí. Así es.

Mis preciosas joyas. Desaparecidas. Vaya. Será mejor que las encuentre, ¿eh? Pero primero —prometió con voz totalmente digna de confianza—, voy a buscar a la jovencita para llevarla de vuelta al principio del Laberinto. —Pensó en si debía guiñarle un ojo, pero decidió no hacerlo—. Tal y como planeamos —dijo, y comenzó a avanzar hacia allí obedientemente.

—Espera —le dijo Jareth.

Hoggle se quedó helado en el sitio. Cerró los ojos.

—Tengo un plan mejor, Hoggle. Dale esto.

Con un movimiento de su mano izquierda, Jareth extrajo una burbuja del aire. En su mano se convirtió en una bola de cristal. Esperó a que Hoggle se girase y se la tiró.

Hoggle la agarró. Se había convertido en un melocotón. Hoggle lo miró, mudo de asombro.

—¿Qué… qué es esto?

—Un regalo.

Las cejas de Hoggle se proyectaron hacia arriba.

—No le hará daño a la jovencita, ¿verdad? —preguntó despacio.

—Oh. —Jareth le puso una mano sobre la cabeza—.



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