La Tierra sin Mal by Jesus Sanchez Adalid

La Tierra sin Mal by Jesus Sanchez Adalid

autor:Jesus Sanchez Adalid
La lengua: es
Format: mobi
Tags: adv_history
ISBN: 9788466608251
editor: Ediciones B, S.A.
publicado: 2002-12-31T23:00:00+00:00


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San Cristóbal de La Laguna, 3 de julio de 1618

Por aquel tiempo, San Cristóbal de La Laguna era la capital de la isla y la principal ciudad de las Canarias. Asentada en el fértil valle de Agüere, lejos de la costa, para salvaguardarla de los frecuentes ataques de los piratas y corsarios, recibía su nombre de la presencia en sus proximidades de una laguna que se nutría con las aguas de lluvia que afluían desde los montes cercanos. Era una ciudad señorial, elegante, cuyo plano fundacional fue trazado en los albores del siglo XVI con un esquema de vías rectas, amplias, que se cruzaban y discurrían largas uniendo hermosas plazas, con casas altas y sobradas de fachadas importantes, patios, espaciosos zaguanes, grandes escaleras, caballerizas, bodegas... que delataban el poderío de los grandes comerciantes, nobles asentados y agricultores muy ricos. En general las construcciones eran muy sencillas y se diría que eran típicamente castellanas, aunque, dentro de su austeridad, algunas exhibían magníficas portadas de cantería, distinguiendo con ello a la familia que habitaba la casa, pues la piedra era un material escaso y muy caro en la isla. La fábrica de las abundantes iglesias, en cambio, solía ser rica; como la de La Concepción, magnífica en sus estructuras y en los materiales empleados, o la de la torre del templo de Nuestra Señora de los Remedios, recientemente mandada construir por el obispo don Antonio Carrionero y cuyas obras aún no estaban concluidas.

En definitiva, La Laguna resultaba bien diferente al convulsivo núcleo portuario de Santa Cruz; era una ciudad más calmada, más ordenada y limpia, donde en cada esquina, en cada calle, podían encontrarse iglesias, conventos, ermitas, capillas de cruces, calvarios... que creaban un ambiente espiritual y marcadamente religioso.

Por esta razón principalmente, los jesuitas vinieron a hospedarse al convento de San Agustín, en San Cristóbal de La Laguna, cuando supieron que la flota permanecería en la isla al menos una semana, pues tanto tiempo en el puerto no era muy aconsejable para un grupo de clérigos ambulantes. Además, era aquí donde debían encontrarse con la persona que había de protegerles al llegar al Paraguay: el capitán de los tercios Alonso Monroy. El gobernador Manuel de Frías les indicó en Sevilla que fueran a la ciudad de La Laguna nada más llegar a Tenerife, y que preguntasen por la casa de don Claudio Grimón, el regidor, pues era allí donde el capitán Monroy acudiría para entrevistarse con ellos obedeciendo a la orden que el propio gobernador le daba en una carta.

El prior de los padres agustinos comunicó al regidor que los jesuitas estaban alojados en su convento y que quedaban esperando a ser avisados cuando el militar llegase.

El sábado por la mañana Enrique Madrigal estaba tranquilamente leyendo sentado en un banco del claustro, cuando vio venir hacia él a un fraile acompañado por un joven soldado.

—Padre Madrigal —le dijo el fraile—, este soldado viene preguntando por vuestra caridad.

Enrique se puso en pie por cortesía. Se fijó en el joven soldado: era un robusto



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