La tabla esmeralda by Carla Montero Maglano

La tabla esmeralda by Carla Montero Maglano

autor:Carla Montero Maglano
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narración
ISBN: 9788401353642
publicado: 2011-12-31T16:00:00+00:00


Tengo que confiar en alguien

No recuerdo bien aquel viaje de regreso. Sólo tengo imágenes deslavazadas y sensaciones desagradables. Aún no me explicó de dónde saqué las fuerzas y la determinación para conducir de vuelta a casa. Supongo que fue la desesperación por salir de aquel horrible lugar lo que me hizo sobreponerme al miedo, los nervios y el dolor, aunque sí recuerdo haber manejado el volante sólo con la mano izquierda pues la derecha no podía moverla tras la caída.

Al llegar a París, el alivio de la tensión fue devastador. Como si todas las conexiones nerviosas de mi cuerpo se hubieran apagado tras una sobrecarga, actuaba de forma automática, de igual modo que si hubiera estado bajo los efectos de un potente tranquilizante.

Refugiada al fin entre las paredes del apartamento, me quité la ropa mojada y entré en la ducha. Desnuda, pude analizar las señales de mi aventura: los arañazos, las heridas y los hematomas que salpicaban todo mi cuerpo; incluso el labio superior estaba hinchado a causa de la bofetada de aquel cabrón. En aquellas condiciones, el agua jabonosa era cómo ácido sobre mi piel y la ducha fue breve. Salí del cuarto de baño envuelta en el albornoz y me tumbé sobre la cama sin hacer. Me quedé dormida antes siquiera de pensar en vestirme y secarme el pelo.

Me desperté oyendo mi nombre, con la sensación de acabar de cerrar los párpados. Sin embargo, ya había amanecido y la luz se colaba a raudales por la ventana abierta. Volví a oír mi nombre… Al incorporarme, todo mi cuerpo pareció recolocarse con una intensa punzada de dolor, y no fue menos doloroso abandonar la cama y salir del dormitorio.

Me asomé por la puerta del salón y al primero que vi fue a Philippe, el conserje, que cohibido e incómodo se deshacía en explicaciones para justificar la intromisión.

—Disculpe que haya usado la llave para entrar, mademoiselle… No contestaba usted… ni al timbre ni al teléfono y el doctor Arnoux estaba preocupado. Yo mismo la he llamado antes de abrir… Se oyen tantas cosas ahora… Con mujeres jóvenes como usted…

¿El doctor Arnoux? En mi somnolencia no estaba segura de haber entendido bien… Entonces, desvié la vista hacia el comedor. Estaba allí, junto a la mesa, mirándome de arriba abajo con una expresión de alarma; en las manos sostenía alguno de los papeles de su portafolios, los que un día antes yo misma había dejado sobre la mesa y que todavía seguían allí.

Me cerré bien el albornoz e intenté erguir la espalda como muestra de dignidad, pero de nuevo mi cuerpo protestó y volví a apoyarme en el quicio de la puerta.

—Le ruego lo comprenda, mademoiselle… —continuaba Philippe su alegato.

—Está bien, Philippe, no hay problema. Seguro que el señor Köller le estará muy agradecido por su preocupación. Pero ya ve que va todo bien. Puede marcharse.

El conserje dudó. Supongo que se anunciaba una escena jugosa que le hubiera gustado presenciar.

—¿Está segura, mademoiselle? Ya sabe usted que para lo que necesite…

—Sí, gracias, Philippe. Pero no hace falta.



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