La soledad del perro by Julio César Cano

La soledad del perro by Julio César Cano

autor:Julio César Cano
La lengua: spa
Format: epub
editor: Maeva Ediciones
publicado: 2023-02-28T11:20:11+00:00


21

MONFORT ABANDONÓ LA comisaría sin decir adónde iba. Aprovechó un momento en que los demás se encontraban atareados. Por el camino envío un mensaje de texto a Silvia para decirle que la esperaba a las dos en el restaurante China I; luego intentó hacer una broma con que la invitaba siempre que no se presentara allí con Ricardo Sachs, a quien ella había decidido apodar El cerdo.

Se acercó a pie hasta el piso en el que Herminio López vivía con su madre, a apenas quince minutos de la vieja comisaría. A cada paso recordaba la estupidez que había cometido dejándose la piel de los nudillos en la pared.

Si aquel tipo era el que se encargaba de verificar las apuestas, sabría también quién estaba al mando. Así que prefirió probar suerte.

Nadie contestó en el piso de la calle Núñez de Arce, igual que la noche anterior. Insistió un par de ocasiones más. Un vecino se asomó a la ventana de la finca colindante.

—No están.

No era ningún descubrimiento.

—Soy el sustituto del médico que trata a la madre de Herminio. Venía a ver qué tal se encuentra y a traerle un medicamento.

Se llevó la mano al bolsillo de la americana como si llevara algo para la anciana.

—Se marcharon ayer por la tarde —argumentó el hombre mientras lo miraba de forma escéptica—. La señora Rosario no creo que vuelva pronto. Tal vez regrese Herminio, pero ella supongo que se quedará allí unos días. No está para muchos viajes.

—¿Se han marchado?

—Sí, eso le he dicho.

—¿Y me puede decir adónde?

—Últimamente no sale de casa, como supongo que ya le habrán comentado. Y desde que murió el marido todavía menos. Pero ayer, cuando los vi bajar, salí a despedirla y me dijo que se iban a Teruel, a la casa de la familia de él que todavía conservan allí.

—¿Qué más le dijo?

—Nada más. Herminio tenía prisa, ya ve lo estrecha que es la calle. Solo se permite estacionar lo justo para cargar y descargar.

—¿Esa casa familiar está en la ciudad de Teruel o en algún pueblo?

—En Teruel Teruel. Tienen una casa como Dios manda en el centro. Lo que pasa es que a ella, que es nacida aquí, le sentaba muy mal la altura y creyeron que si se mudaba a Castellón se encontraría mejor, pero me da a mí que tampoco solucionaron mucho con venirse. Él murió de cáncer y ella, qué le voy a decir a usted, que es médico.

—Sí, claro —atinó a decir Monfort con la cabeza repleta de planes para dar con Herminio López.

Una mujer mayor apareció en una ventana del inmueble contiguo al convento.

—¿Ese no es el hombre que vino anoche y montó el jaleo?

—¡No fastidies! —exclamó el que hablaba con Monfort, mientras este se marchaba a paso rápido para no caer de nuevo en la tentación de lastimarse la otra mano.



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