La seducción de Elliot McBride by Jennifer Ashley

La seducción de Elliot McBride by Jennifer Ashley

autor:Jennifer Ashley
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2013-06-01T22:00:00+00:00


16

Juliana clavó aquellos bonitos ojos azules suyos en él. Era evidente que estaba tratando de decidir si le creía o no. No importaba... Stacy estaba allí, le creyera Juliana o no.

—El señor Stacy está muerto —afirmó ella—. Tú mismo me lo dijiste. La señora Dalrymple tampoco tenía ninguna duda.

—Dije que había muerto porque abandonó su casa y Mahindar escuchó que había muerto en Lahore. Es obvio que la historia estaba equivocada.

—¿Y qué me dices de la señora Dalrymple? Está absolutamente segura de que tú le asesinaste.

—La señora Dalrymple no sabe de lo que habla —gruñó él.

Observó cómo Juliana trataba de hilvanar sus emociones sometiendo aquel nuevo desarrollo a su naturaleza práctica. Se comportaba de manera contraria a él, que cedía y permitía que sus emociones le dominaran, dejando que fueran ellas las que actuaran. Intentar contenerlas solo le volvía más loco.

A su esposa no le gustaba que sus emociones tomaran el mando. Quería orden, no caos. Tendría que demostrarle algún día que un poco de caos no era tan mala cosa.

—Bien —dijo ella——. Si el señor Stacy está vivo y ha venido a Escocia, entonces debemos ponerlo en contacto con la señora Dalrymple para que deje de difundir esa absurda historia de que le has matado.

—Es posible que no sea tan simple.

—¿Por qué no? Estoy segura de que el señor Stacy está hambriento, o no le habrías dejado comida. Lo invitaremos a comer en casa.

Ella no le creía, o al menos no creía que aquello fuera peligroso.

—Stacy ha venido a matarme. A cazarme. No me ha mostrado su cara, pero sé que es él.

—Pero, si no le has visto, ¿cómo puedes estar tan seguro?

Él se dio la vuelta. Se acercó a la mesa de billar donde hizo rodar una bola blanca, dirigiéndola con la mano hasta que, de manera infalible, impactó en una roja.

—Es difícil de explicar. Stacy y yo éramos rastreadores y buenos francotiradores en el ejército. Cada rastreador tiene un estilo propio y reconozco el de él. Fui yo quien le enseñó casi todo lo que sabe.

—¿Quieres decir que no necesitas más que ver su rastro para saber que se trata de él?

El sonrió mirando la mesa de billar.

—Exacto, pero ni siquiera tengo que comprobarlo, lo sé.

—Elliot. —Ella se acercó a su espalda, con su falda susurrando como hojas agitadas suavemente por el viento—. ¿Estás seguro?

—Segurísimo, cariño. —Se dio la vuelta y apoyó las manos en su cintura encorsetada—. Desearía no estarlo.

—Bueno, si estás seguro de que está aquí, al menos significa que no le mataste.

—Todavía. Es posible que tenga que hacerlo.

—No, debes llamar al oficial de policía y al magistrado. Si crees que el señor Stacy ha venido a hacerte daño, debe ser detenido y arrestado de inmediato.

—No —dijo él con severidad—. El oficial de policía es un muchacho no mayor que Hamish, y a Stacy no le costaría nada deshacerse de él. Si pongo en marcha una cacería contra él, Stacy se escabullirá de la red o lastimará a los que intenten cazarle. No quiero poner a nadie en peligro por su culpa.



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