La reina de la nieve by Joan D. Vinge

La reina de la nieve by Joan D. Vinge

autor:Joan D. Vinge [Vinge, Joan D.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1980-04-22T16:00:00+00:00


28

Jerusha abandonó las vacías habitaciones de su casa en la ciudad dejó atrás el pan y la fruta de su no deseada cena a medio comer sobre la mesa, y salió y se dirigió al Laberinto. El ocaso más allá de los muros al extremo de los callejones señalaba el fin de otro día insoportable que de alguna forma había tenido que soportar…, y la promesa de otro igual al día siguiente, y otro, y otro. Su trabajo había sido su vida, y ahora su vida se había convertido en un infierno. El sueño era su única escapatoria, pero el sueño no hacía más que apresurar la llegada de la próxima mañana. Y así caminaba sin rumbo fijo, anónimamente, por entre las menguantes multitudes, pasando por delante de las tiendas medio vacías ahora, aferrándose aún tenazmente a la vida y al beneficio, intentando sacar todo lo posible antes del amargo final.

El amargo final… ¿Por qué? ¿Por qué molestarse? ¿Para qué? Se echó la capucha de su caftán a rayas de gruesa y burda tela más hacia delante, ocultando su rostro, mientras giraba hacia el Callejón Limón. A medio camino hacia el ocaso estaba una herboristería que solía frecuentar: hierbas medicinales y especias, atestados estantes llenos de santos domésticos y amuletos contra la mala suerte; todo ello importado de casa, de Nuevocielo. Había ido hasta tan lejos como comprar el más poderoso amuleto que pudo encontrar y llevarlo colgado del cuello…, ella que se había burlado de sus viejos allá en casa por malgastar una fe ciega y un buen dinero en supersticiosas tonterías. En eso la había convertido su trabajo. Pero el maldito amuleto no le había hecho más bien que cualquiera de las otras cosas que había intentado en todo aquel tiempo. Nada le había hecho ningún bien, nada había conseguido nada, nada había tenido el menor efecto.

Y ahora la única persona que la había apoyado, que había impedido que creyera que era un completo y absoluto fracaso, había desaparecido. BZ…, ¡maldita sea, BZ! ¿Cómo ha podido hacerme esto? ¿Cómo ha podido… morir? Y así había acudido allí de nuevo, diciéndose a sí misma que no sabía por qué…

Pero mientras se acercaba a la tienda captó un rostro familiar, la impresión familiar de un pelo rojo llameante…, Destellos Caminante en el Alba avanzando hacia ella, vestido como en un holosex. Solo le había visto raras veces en los últimos años, durante sus infrecuentes visitas oficiales al palacio. La sorprendió ahora verle de nuevo, darse cuenta de que no parecía ni un día más viejo que la primera vez que lo había visto, tendido en aquel callejón, haría ya casi cinco años. Pero luego le había sorprendido el descubrir que Arienrhod lo mantenía (en todos los sentidos de la palabra, suponía) en su palacio…, ¿también lo mantenía joven a él?

Su interés se convirtió en egoísmo a medida que sus trayectorias convergían; supuso con culpable preocupación que la vería, supuso que la reconocería incluso con su disfraz, y leería sus ocultos motivos en sus inquietos ojos.



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