La regla de tres by Antonio Gala

La regla de tres by Antonio Gala

autor:Antonio Gala [Gala, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Romántico, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1996-03-31T16:00:00+00:00


Segunda parte

Uno

El sexo es un perfume; para muchos, un hedor: en el fondo da lo mismo. Surge de un punto concreto, poco visible en ocasiones o difícil de localizar, pero se expande alrededor. Nos acompaña cuando nos movemos; pero lo dejamos atrás también como una estela. No es inocente ni culpable, igual que no lo son el agua ni la sangre. Es la fuerza mayor y más sutil que existe, y sería estúpido quien creyera que el sexo tiene un modo sólo de actuar.

Yo nunca he querido ser adelantado en nada, ni siquiera en lo meramente profesional. Las vanguardias abren la puerta y se quedan con el picaporte en la mano viendo pasar a quienes las seguían; ellas acaban siendo las últimas. Sin embargo, en materia de sexo, he sido vanguardista de nacimiento. Este libro, en definitiva, es una prueba.

La palabra sexo, si se pretende entender en lugar de abolirla, no es unívoca. De no simplificarse para salir del apuro, tiene tantos significados como personas sexuadas: que no son las poseedoras de sexo, sino las poseídas por él. No se trata de algo que sucede inadvertido salvo en la cama: nos configura y nos define. Es omnipresente, como el aire que respiramos, en el que nos movemos, sin el que no viviríamos. En su lado invisible es donde decide su mayor trascendencia: lo he comprobado durante toda mi vida. La idea cristiana es la que reduce el sexo a límites ridículos: un taponazo súbito con consecuencias generativas. Ceñir el sexo a la penetración es una de las manipulaciones más dañinas contra la Humanidad. Por eso los más inteligentes han reaccionado en contra. En el Renacimiento no se aspira a aplacar una necesidad física sólo, sino a materializar el ideal de un goce que la cultura había favorecido de antemano. La Contrarreforma opinó lo contrario, claro está.

Es curioso observar por dónde llega a veces la verdad. Los dos últimos siglos han aproximado al hombre a la emancipación —en nuestra área de cultura la de la mujer es más tardía— por medio de lo que, más o menos, llamamos democracia. La exaltación del individuo había sido promovida en muchos campos, pero en el sexual se retrasaba. Hoy avanzamos ya, y me congratula decir que yo iba con los de cabeza. Entre nosotros, ¿se han eliminado los tabúes sexuales y se han eliminado los sexos tal como se entendieron? Creo que las dos cosas, una detrás de otra. Los dos sexos reconocidos y legalizados estaban tan imbuidos en unos papeles de representación social que la alteración de tales papeles los alteró a ellos. Hoy se reconocen una infinidad de posibles sexos; se excluye un tajante antagonismo, tan provechoso para una sociedad simuladora y puritana. En el fondo, se trata de retroceder a la idea platónica de los sexos unidos por sus espaldas como el Andrógino narcisista.

La calificación sexista del mundo era una falacia. Se acabaron los machos hirsutos y las frágiles hembras, la fuerza y la delicadeza, el dardo y la esponja. La



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