La recompensa del diablo by Sean Black

La recompensa del diablo by Sean Black

autor:Sean Black [Black, Sean]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial, Intriga, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 2014-09-14T16:00:00+00:00


Treinta y ocho

La casa de Rafaela era un apartamento de una sola habitación en la tercera planta de un bloque de pisos sin ascensor, donde las zonas comunitarias olían a basura podrida y a orina rancia. Lock comprendió que aquello le garantizaba una cosa: Rafaela no se dejaba sobornar.

El interior estaba limpio, aseado y ordenado, como cabría esperar de alguien que vivía solo y pasaba la mayor parte de su tiempo en el trabajo. Era un ambiente que Lock reconoció. Mientras Rafaela preparaba té y café para sus invitados. Ty y él se acomodaron en un sofá instalado en la minúscula zona de sala de estar y cocina.

—Pueden darse una ducha, si quieren —dijo Rafaela, sumergiendo una bolsita de té en un tazón de agua caliente.

Le agradecieron la oferta. Rafaela desapareció en su dormitorio mientras el té se maceraba. La oyeron remover un armario para reaparecer a continuación con un archivador azul de gran tamaño. Se lo entregó a Lock.

—Estas son mis chicas —dijo.

Lock tuvo enseguida la sensación de que no iba a encontrarse con un álbum familiar lleno de pegatinas de caramelos y visitas de lo que por aquellas tierras fuera asimilable a Disneyland. Y en cuanto abrió el archivador, no quedó decepcionado. Distintas carpetas de plástico transparente guardaban fotografías de todas las chicas asesinadas. Dos de cada víctima, a veces tres o cuatro en caso de mutilaciones. En la primera se veía una chica viva —⁠una ingenua adolescente vestida con uniforme escolar o una niña vestida para recibir la confirmación, de extremidades larguiruchas, enormes ojos castaños y con algún diente de menos— y la segunda era la de un cuerpo muerto, tendido en la plataforma de acero inoxidable de una morgue, en un vertedero, o simplemente tirada en una cuneta.

Rafaela retiró la bolsita de té y la tiró en el cubo de basura.

—Esto es de este año.

Lock calculó que había al menos treinta víctimas. Un año, pensó. Dios mío. Llegó al final del archivador, donde las carpetas de plástico estaban vacías, a la espera de la próxima fotografía de la comunión, de la próxima chica muerta, y se lo pasó a Ty.

—¿Cuándo empezaron los asesinatos? —preguntó.

Rafaela trajo dos tazas de café y le pasó una a Lock y la otra a Ty.

—Hace doce años.

Ty levantó la vista de una adolescente peinada con trenzas y con una crucecita de plata colgada al cuello.

—¿Y no han detenido a nadie?

Rafaela sopló su té caliente.

—Por supuesto. Han detenido a mucha gente. Los han detenido, los han condenado, los han metido en la cárcel. Incluso es posible que un par de todos ellos tuviera algo que ver con los asesinatos. —⁠Captó la expresión de sorpresa de Lock—. Estoy segura de que ha habido además asesinatos por pura imitación.

—¿Y cree saber quién está realmente detrás de todo esto?

Rafaela dejó la taza de té en el mostrador que separaba la cocina de la sala de estar y volvió a entrar en su habitación. Esta vez no reapareció con ningún archivador, sino con media docena de recortes de periódico.



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