La rebelión de Atlas (Spanish Edition) by Ayn Rand

La rebelión de Atlas (Spanish Edition) by Ayn Rand

autor:Ayn Rand [Rand, Ayn]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788423430598
editor: Grupo Planeta
publicado: 2019-05-14T05:00:00+00:00


Capítulo VIII

Por nuestro amor

El sol tocó las copas de los árboles en la ladera de la colina, que parecían de un azul plateado, captando el color del cielo. Dagny estaba de pie en la puerta de la cabaña, con los primeros rayos de sol en su frente y kilómetros de bosque extendidos bajo sus pies. Las hojas pasaban del plateado al verde y, luego, al azul ahumado de las sombras en el camino de más abajo. La luz se filtraba a través de las ramas y se disparaba hacia arriba en brotes repentinos al golpear un grupo de helechos que se convertían en una fuente de rayos verdes. A ella le gustaba observar el movimiento de la luz sobre una quietud donde nada más podía moverse.

Había marcado la fecha, como hacía todas las mañanas, en la hoja de papel que había colgado en la pared de su habitación. La progresión de las fechas en ese papel era el único movimiento en la quietud de sus días, como el registro que mantiene un prisionero en una isla desierta. La fecha de esa mañana era el 28 de mayo.

Había querido que las fechas condujeran a un objetivo, pero no podía decir si lo había alcanzado o no. Había ido allí con tres tareas que se había dado, como órdenes, a ella misma: descansar, aprender a vivir sin el ferrocarril, quitarse el dolor de encima. Quitárselo de encima, ésas fueron las palabras que usó. Sentía como si estuviera atada a algún desconocido herido que podría ser afectado en cualquier momento por un ataque que la ahogaría en sus gritos. Ella no sentía lástima por el desconocido, sólo una desdeñosa impaciencia; tenía que luchar contra él y destruirlo, y entonces su camino estaría despejado para decidir qué quería hacer; pero el desconocido no era fácil de combatir.

La tarea de descansar había sido más fácil. Se dio cuenta de que le gustaba la soledad; se despertaba cada mañana con una sensación de confianza benevolente, la sensación de que ella podía aventurarse y estar dispuesta a lidiar con lo que fuera que se encontrara. En la ciudad, ella había vivido en una tensión crónica para resistir el impacto de la ira, la indignación, la repugnancia y el desprecio. El único peligro que la amenazaba allí era el simple dolor de algún accidente físico; parecía inocente y simple en comparación.

La cabaña estaba lejos de cualquier carretera transitada; había permanecido como su padre la había dejado. Ella cocinaba sus comidas en un horno de leña y cogía la leña en las laderas de las colinas. Había limpiado la hojarasca de la parte baja de las paredes de la casa, había reparado el tejado con tejas nuevas, había pintado la puerta y los marcos de las ventanas. Las lluvias, los hierbajos y la hojarasca se habían tragado los peldaños de lo que una vez había sido un camino escalonado que ascendía por la colina desde la pista forestal hasta la cabaña. Los reconstruyó, limpiando las terrazas, poniendo piedras nuevas, apuntalando las orillas de tierra suelta con muros de rocas.



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