La orden de los mimos by Samantha Shannon

La orden de los mimos by Samantha Shannon

autor:Samantha Shannon [Shannon, Samantha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-27T00:00:00+00:00


* * *

Para él habría sido duro dejarme marchar, pero tener de nuevo a Nick a mi lado me hacía sentir bien. Ambos estábamos de acuerdo en que ir a ver al Custodio suponía un riesgo, pero era mejor que no contar con ninguna ayuda de los refaítas.

El frío de la calle resultaba penetrante. Bajé por la fachada de la casa, abrigada con una chaqueta y un pañuelo de cuello, y tomé Monmouth Street. La ventana del despacho de Jaxon estaba a oscuras; su onirosaje tenía el tono borroso del alcohol. Vi una unidad de centinelas patrullando por Shaftesbury Avenue y tomé otra ruta por los tejados en dirección al Soho.

Había mucha gente por el barrio, sobre todo amauróticos, pero también algún vidente que otro entre la multitud. La gente acudía a esa zona a disfrutar de los pocos placeres que ofrecía Scion: los casinos, los teatros subterráneos y el Café-Bar 3I y su música, interpretada por los pocos susurrantes que habían conseguido conservar un trabajo de amaurótico. Ahí era donde había pasado su juventud Eliza.

Cuando llegué a la plaza, me colé en uno de los locales más populares entre los videntes: el Minister’s Cat, una casa de apuestas adaptada a los videntes, con unas normas estrictas (los oráculos, los adivinos y los augures no podían participar, por supuesto, dadas sus habilidades proféticas). Cada mes se celebraba un sorteo de lotería, y el ganador recibía una cantidad que proporcionaba Jaxon. También era el único sitio del I-4 al que podían acceder los miembros de otras bandas sin necesidad de un permiso expreso, ya que generaban mucho dinero para la sección. La mayoría de los distritos contaba con algunos edificios «neutros» donde se dejaban de lado las disputas y las afrentas.

Los juegos más populares eran el Königrufen y los tarocchi. Sentía cosquillas en los dedos: me encantaba jugar al tarocchi, y si ganara unas cuantas partidas, obtendría un buen puñado de dinero, pero no tenía suficiente capital como para pagar la entrada en ningún torneo.

Como siempre, estaba a reventar de gente procedente de toda la ciudadela. Me abrí paso por entre cuerpos sudorosos y mesas redondas, atrayendo miradas y provocando murmullos. Aquel local en particular era terreno abonado para los cotilleos del sindicato. Babs presidía una mesa de tarocchi en la esquina. Tendría que esperar.

Quizá pudiera conseguir ayuda en otra parte. Allí había muchos videntes vendiendo sus conocimientos.

«El conocimiento es peligroso».

Peligroso, pero útil.

Había una adivina en un reservado cercano: tez morena, menos de treinta años.

Su cabello era una nube de minúsculos sacacorchos recogidos con una fina tira de seda violeta. Unos ojos enormes me miraron desde debajo de unos pesados párpados. El derecho era de un color marrón intenso, y el izquierdo, verde, con un círculo amarillo en torno a la pupila y sin coloboma. Era la segunda vez en mi vida que veía un par de ojos así.

—¿Tienes tiempo para una lectura?

Ella se frotó el puente de la ancha nariz.

—Si tienes con qué pagarla.

Le entregué las pocas monedas que tenía en el bolsillo.



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