La nieta by Bernhard Schlink

La nieta by Bernhard Schlink

autor:Bernhard Schlink [Schlink, Bernhard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama, Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-15T00:00:00+00:00


13

Pero no se fueron. Sigrun irrumpió en la cocina sin aliento, vestida con una blusa blanca de manga larga y una falda gris que le llegaba hasta los tobillos, la melena pelirroja recogida en una trenza en la cabeza, las mejillas sonrosadas. Se la veía hermosa, pero Kaspar se asustó al verla de uniforme.

—¡Quiero llevar al abuelo a la fiesta!

Kaspar se puso de pie.

—Con mucho gusto.

—Primero voy a enseñarle mi habitación.

Antes de que sus padres pudieran decir nada, Sigrun lo cogió de la mano y lo llevó por la escalera hasta su cuarto. El escritorio estaba debajo de la ventana, donde el techo se inclinaba; a la izquierda, una cama, la mesita de noche y un armario; a la derecha, una estantería con libros. Todo muy ordenado: en el escritorio, los cuadernos apilados y un vaso para los lápices; la cama bien hecha y los tomos de la estantería clasificados en grupos con la ayuda de unos sujetalibros. Kaspar buscó en vano las cosas que conocía de las habitaciones de las hijas de sus amigos, peluches, muñecas, dinosaurios, un estuche para el maquillaje, un clavo del que colgaban collares y pulseras. Después vio, en el techo, encima de la cama, pequeñas estrellas de un azul oscuro, algunas con el borde dorado, ancho o estrecho… Todo un firmamento.

—¡Oh, qué bonito! —exclamó Kaspar volviéndose hacia Sigrun—. ¿Sabes cuántas estrellitas hay en el cielo?

Sigrun no tenía la menor idea. Puede que le resultara ofensivo que Kaspar descubriese ese toque infantil en una habitación que, sin embargo, no debía parecer la de una niña. Le mostró los tres retratos, que, bellamente enmarcados, colgaban encima de la estantería.

—Ese es Rudolf Hess, esa es Irma Grese y la otra Friederike Krüger. Son mis ídolos.

Kaspar reconoció el rostro ingenuo y crédulo de Hess —no era una reproducción de un retrato como la que había en la cocina, sino una fotografía—, entre una mujer con melena rubia, mirada tenebrosa y una boca con expresión decidida, y otra con cara de niña, regordeta y bondadosa.

—¿Quiénes son esas mujeres?

—Irma Grese sirvió en las SS, la ejecutaron los ingleses y murió como un hombre, no como su comandante, que era un quejica y lloró. Friederike Krüger usaba pantalones, se cortó el pelo, se alistó con los soldados y combatió contra Napoleón. La hirieron en combate, la nombraron oficial y le dieron la Cruz de Hierro y la medalla de San Jorge.

—Impresionante. ¡Y vaya si tienes libros! —Kaspar miró la estantería. Algunos títulos los conocía: Rulamán, Los niños de la cueva, Emperador, rey y papa, Los últimos jinetes, Quex, joven hitleriano, Pueblo sin territorio, La decadencia de Occidente.

—¿Este también lo has leído?

—No —dijo Sigrun, negando con la cabeza—. En Güstrow hay un puesto donde se pueden dejar libros y llevarse uno los que quiera. Lo encontré ahí. Me gustan los libros en dos volúmenes.

—A mí también me gustan. Si te gusta la historia, no tienes que temer que se acabe cuando termina el libro.

Kaspar intentó memorizar los títulos. ¿Tendría que leerlos todos para ganarse la confianza de Sigrun?

—¿Tienes algún libro preferido?

—No sé.



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