La muerte de Seneca by Cayo Cornelio Tacito
autor:Cayo Cornelio Tacito [Tacito, Cayo Cornelio]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2009-11-21T22:00:00+00:00
tantos años contra la fatalidad. Porque, en fin, ¿quién no conocÃa la crueldad de Nerón? Al martirio de su madre y de su hermano no le restaba más que ordenar también la muerte del hombre que le habÃa educado e instruidoâ.
Después de estas exhortaciones, que parecÃan dirigirse a todos, instintivamente estrechó a su mujer en sus brazos, un poco enternecido, a pesar de la fortaleza de su espÃritu, le rogó y suplicó que moderase su dolor y no lo hiciere perpetuo, sino que en la contemplación de una vida consagrada a la virtud encontrase el consuelo de la pérdida de su esposo. Pero Paulina aseguró que también ella estaba decidida a morir y reclamó el brazo del verdugo.
Entonces Séneca no se opuso a su gloria; además su amor temÃase que quedase expuesta al oprobio una mujer por quien sentÃa un sin igual afecto: âYo te habÃa mostrado, dijo, los encantos de la vida; tú prefieres el honor de morir; no me opondré a tal ejemplo; sea igual entre nosotros la constancia de un fin tan generoso, pero en él tú consigues la mayor gloria.â
Después de estas palabras se cortaron, a un tiempo, las venas de los brazos. Séneca, cuyo cuerpo débil por su ancianidad y delgado por la abstinencia dejaba muy lentamente escapar la sangre, se abrió también las venas de las piernas y rodillas. Fatigado por el dolor, temiendo que su sufrimiento abatiese el valor de su esposa y también por no alterarse al presenciar los tormentos de ella, la persuadió a retirarse a otro aposento. Entonces, echando mano de su elocuencia aún en sus últimos momentos, llamó a sus secretarios y les dictó varias cosas. Como fueron literalmente publicadas, creo superfluo el comentarlas.
Pero Nerón no tenÃa resentimiento alguno contra Paulina y, temiendo hacer más odiosa su crueldad, ordenó que se impidiese la muerte de la esposa de Séneca. Por orden de los soldados, sus libertos y esclavos le vendaron las heridas y detuvieron la sangre. No se sabe si ella se dio cuenta de esto pues, como el vulgo se inclina siempre a pensar lo peor, no faltó quienes creyesen que mientras temió la ira de Nerón, deseó la glorÃa de acompañar a su marido, pero que después, con mejores esperanzas, se dejó vencer por la dulzura de la vida. Solamente vivió algunos años guardando el recuerdo de su marido y mostrando en su rostro y en sus descoloridos miembros que la vida languidecÃa en ella.
Viendo Séneca que se prolongaba el dolor de la agonÃa rogó a Eustacio Anneo, en quien veÃa un amigo fiel y un hábil médico, que le sacase el veneno que ya tenÃa preparado (era el que daban los atenienses a los condenados a muerte), y cuando se lo trajeron lo tomó sin que le produjera efecto, pues sus miembros estaban frÃos y en su cuerpo no obraba el veneno. Ordenó, a continuación, que le introdujesen en la sala de baños calientes y, rociando con el agua a los presentes, dijo que ofrecÃa aquella libación a Júpiter libertador.
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