La morada by R. A. Salvatore

La morada by R. A. Salvatore

autor:R. A. Salvatore [Salvatore, R. A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1990-01-01T05:00:00+00:00


15

En el lado oscuro

—Soy Drizzt.

—Ya sé quién eres —contestó el estudiante de mago, designado como tutor de Drizzt en Sorcere—. Tu reputación te precede. Casi todo el mundo en la Academia ha escuchado hablar de ti y de tu habilidad con las armas.

Drizzt hizo una reverencia, un tanto avergonzado.

—De todos modos, dicha habilidad te servirá aquí de muy poco —añadió el mago—. Yo seré el encargado de enseñarte las artes de la hechicería, el lado oscuro de la magia, como las llamamos nosotros. Esta es una prueba para tu mente y tu valor. Las vulgares armas de metal no tienen nada que hacer aquí. ¡La magia es el auténtico poder de nuestra gente!

Drizzt aceptó la regañina en silencio. Sabía que los rasgos de los que se vanagloriaba el joven mago también eran cualidades necesarias en un guerrero de verdad. Los atributos físicos sólo tenían un papel menor en el estilo de combate de Drizzt. La fuerza de voluntad y las maniobras aprendidas hasta poder ejecutarlas a ciegas —precisamente aquello que el mago consideraba como propiedad exclusiva de los hechiceros— eran las armas que ganaban los duelos de Drizzt.

—A lo largo de los próximos meses te enseñaré muchas maravillas —añadió el mago—, artefactos que ni siquiera podrías imaginar y hechizos de un poder como el que nunca has conocido.

—¿Puedo saber tu nombre? —preguntó Drizzt, en un tono que pretendía ser de respeto ante el cúmulo de virtudes que el estudiante se asignaba a sí mismo.

Drizzt ya había aprendido muchas cosas de la hechicería a través de Zaknafein, en particular las debilidades inherentes a sus practicantes. Debido a la utilidad de la magia en otras instancias aparte de la guerra, los magos drows gozaban de una elevada posición en la sociedad, sólo por debajo de las sacerdotisas de Lloth. Después de todo, era un mago el encargado de encender el brillante Narbondel, que marcaba las horas de la ciudad, y eran magos los que encendían los fuegos fatuos en las esculturas de las casas.

Zaknafein tenía muy poco respeto por los hechiceros. Le había advertido a su joven alumno que ellos podían matar deprisa y a distancia, pero que, si uno conseguía acercarse, se encontraban indefensos ante el poder de la espada.

—Masoj —contestó el mago—. Masoj Hun’ett de la casa Hun’ett, en su trigésimo y último año de estudios. Muy pronto seré reconocido como mago de Menzoberranzan y disfrutaré de todos los privilegios correspondientes a mi posición.

—Mis respetos, Masoj Hun’ett —dijo Drizzt—. Yo también encaro mi último año en la Academia, ya que los guerreros sólo pasamos aquí diez años.

—Muy acorde para un talento menor —se apresuró a comentar Masoj—. Los magos deben estudiar durante treinta años antes de que se los considere con la capacidad suficiente para dejar Sorcere y practicar sus artes.

Una vez más Drizzt aceptó el insulto sin ofenderse. Quería acabar cuanto antes con esta parte de su preparación, acabar el año y marcharse para siempre de la Academia.

Drizzt encontró que los seis meses pasados bajo la tutela de Masoj acabaron por ser los mejores de toda su estancia en la Academia.



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