La memoria de Abraham by Halter_ Marek

La memoria de Abraham by Halter_ Marek

autor:Halter_ Marek [Desconocido]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_history
ISBN: 9788488516008
editor: papyrefb2tdk6czd.onion


Ese Hans Gensfleisch no gozaba de buena reputación. Vivía solo con su ayudante Lorenz en una casa aislada; era socio de Andrés Dritzehen, un burgués de Estrasburgo, para hacer no se sabía qué inventos; se decía orfebre y estaba inscripto en la “tribu de los zancos”, la corporación de los artistas. Por la tarde, cuando Gabriel relató su visita en la mesa familiar, le recomendaron unánimemente que desconfiara.

—Se dice que está buscando fabricar oro —dijo primero Lowelin, su suegro.

—Piedras preciosas —aseveró Aarón.

—Yo he oído hablar de brujería —afirmó Symunt, el hermano de Guthil, mostrando sus dientes de conejo.

Gabriel estaba decepcionado. Contemplaba la escena familiar, esos hombres llenos de desconfianza, su madre renqueando entre la mesa y el hogar, el cielo raso ennegrecido, las paredes mojadas por la humedad. Conocía las virtudes de la tradición y de la prudencia, pero le llegaban también muy hondo los límites que imponían las convenciones, el temor por lo desconocido, la falta de audacia. Amaba a los suyos, el empeño que ponían en perpetuar lo que eran y lo que sabían, pero sentía como una especie de obligación el abrir el horizonte, buscar el progreso, incluso a riesgo de cometer errores o lanzarse a la aventura.

Por eso, a pesar de todas las advertencias de su padre, un día fue a presentarse a la casa de Hans Gensfleisch. Una casa lindera con un bosque, palomas en el techo. El orfebre reconoció a Gabriel.

—¡Ah! ¡Sois vos! ¿Cómo supisteis dónde vivo?

—Todos lo saben.

—¿Todos?

—En todo caso los que dicen que os escondéis aquí para fabricar oro o practicar brujería.

Hans Gensfleisch se rascó la cabeza debajo del gorro.

—Algún día me jugarán una mala pasada —refunfuñó... —Y vos, ¿qué pensáis?

—Un hombre que se interesa por el papel y por el grabado, seguramente no tiene tiempo que perder tratando de fabricar oro —respondió Gabriel.

El orfebre, abrió y cerró los ojos rápidamente, como un tic.

—¡Ciertamente moriréis más inocente que cuando nacisteis! Venid.

El hogar parecía llenar toda la habitación; cerca de él una mujer sumida en la penumbra seleccionaba porotos. Una escalera subía, otra descendía. Tomaron la que bajaba y llegaron a un sótano abovedado cuyo olor acre sorprendió a Gabriel. Dos hombres trabajaban cerca de un caldero sobre unas brazas que despedía un horrible humo ácido. Levantaron la cabeza y miraron a Gabriel. Uno parecía furioso.

—¿Por qué traes a un judío aquí? —preguntó a Hans Gensfleisch.

—Puede ayudamos —contestó el orfebre—. Subamos a beber una cerveza.

Mientras los dos hombres sacaban el caldero del pie y dejaban sus herramientas, el orfebre se acercó a una mesa en donde Gabriel reconoció tijeras, gubias y punzones de grabado sobre madera. Gensfleisch le tendió una plancha grabada en relieve.

—Aquí tenéis una muestra de lo que hablabais —dijo—. Extendemos tinta sobre letras, ponemos una hoja, prensamos y las letras se reproducen.

El orfebre acompañaba sus palabras con gestos. Y Gabriel, maravillado por ver lo que había imaginado, leyó: Scriptura manent.

—“Los escritos permanecen” —tradujo. Y agregó sin reflexionar: —Es el día más bello de mi vida.

—Venid. Nos explicaréis.

Subieron a la planta baja y se instalaron en una mesa.



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