La magia de un beso by Barbara Cartland

La magia de un beso by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 1959-05-31T23:00:00+00:00


Capítulo 4

Varia disimuló un bostezo. Estaba cansada; el concierto ha­bía durado mucho tiempo y hacía mucho calor en el amplio salón.

No sólo había personas sentadas en todas las pequeñas y duras sillas doradas, sino que había otras de pie y apoyadas en las paredes, todas con una característica expresión de cortés aburrimiento la cara que ella también debía haber adoptado. Le parecía que hacía un siglo que habían salido de la casa de líos Duflot para ir a la importante comida de la que Jeanne le había hablado el día anterior.

Varia estaba segura de que asistiría un grupo muy inmenso, pero no esperaba encontrar casi trescientas personas sentadas a la mesa. Y, por supuesto, no esperaba tanta formalidad, ni tantos discursos. Estos últimos parecían interminables. Hubo discursos y brindis, propuestas a los brindis y más discursos. El organizador de la comi­da, monsieur Duflot, tenía muchas cosas que decir y tardó bastante tiempo en hacerlo.

Ian fue el sexto orador. Habló en inglés y a ella le sorprendió tu aparente tranquilidad.

Ella creía que estaría muy nervioso. En cambio, la asombró su fluida forma de hablar y la habilidad con que expresaba sus ideas. Cuando la comida terminó, ella esperaba que salieran de allí. Sin embargo, no tardó en descubrir que todo el grupo iba a asistir a un concierto dado en el ayuntamiento, a beneficio de una de las obras de caridad creadas por la Asociación de Fabricantes de Seda.

Fue un concierto muy refinado y formal. Se inició con la actua­ción de un pianista, siguió un cantante de ópera, un violinista y un violonchelista que tocaba música clásica muy aburrida.

Eran casi las seis de la tarde cuando el último participante se in­clinó para agradecer el poco entusiasta aplauso y la orquesta empe­zó a tocar La Marsellesa.

Con evidente alivio, los asistentes salieron del salón y Varia se encontró, como todos los demás, tomando grandes bocanadas de aire fresco cuando llegó a la escalinata exterior.

—Los automóviles nos esperan —dijo monsieur Duflot.

—Varia viene conmigo —comentó Ian.

Sintió que la mano de él tiraba de su brazo. Ella se volvió agra­decida y los dos echaron a correr, casi como niños que escaparan de la escuela, hacia el lugar donde él había dejado el automóvil depor­tivo que había alquilado nada más llegar a Francia.

—¡Gracias a Dios éste ha terminado! —dijo Ian al subir—. Espero que no tengamos que asistir a más celebraciones de este tipo —comentó Varia.

—Lo siento, pero, al parecer, no haremos otra cosa —contestó él—. Esta noche cenaremos con el alcalde y después habrá baile, durante el cual se exhibirán varios vestidos de seda diseñados por los grandes modistos franceses.

—Eso suena divertido —dijo Varia.

—Me alegra que lo consideres así —contestó él—. Yo pagaría por no volver a ver un vestido de seda en mi vida. Si alguna vez llego a casarme, le prohibiré a mi esposa que use seda. Tendrá que vestirse solo con prendas de algodón.

Había una evidente nota de amargura en su voz.

Se detuvo frente a un gran hotel, con un amplio patio en el que había aparcados numerosos automóviles.



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