La leyenda del falso traidor by Antonio Gomez Rufo

La leyenda del falso traidor by Antonio Gomez Rufo

autor:Antonio Gomez Rufo
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Novela Histórica
publicado: 2011-04-19T22:00:00+00:00


Volvamos a brindar, Cino, que no imagino ocasión más propicia que ésta para levantar mi vaso por el noble y digno Cicerón, y también por cuantos de entre sus parientes y amigos siguieron su ejemplo. Brindemos y bebamos, calentemos el estómago y no escatimemos excusas para hacerlo mientras la noche crezca y nos permita avanzar en esta conversación que se abastece a saltos y sin medida, como corresponde a recuerdos tan reñidos que se amontonan y fluyen para ver la luz de éste mi último día. La muerte es la suma de todas las vidas, Cino, o al menos así se me parece en estas horas finales. Soy un hombre postrado en la suciedad de la tierra a la espera de ser arrollado por las ciegas pezuñas de la Historia desbocada. Si el fin de un hombre es llegar a la muerte sabiendo que su vida no ha sido inútil, me consuela pensar en esta víspera que de algo ha servido la mía, aunque ello sea tan sólo mi brindis final por cuantos virtuosos me han precedido. Ya no me quedan esperanzas, Cino, nada espero de la vida, sólo aspiro a cumplir dignamente con esa ley del destino que dicta que cuando un hombre pierde sus anhelos deja paso franco a la muerte. No fío en el aprecio de Roma, Cino amigo, aunque los romanos se hagan lenguas aireando sollozos por mí y afirmen que su hombre más amado no estará ausente jamás de la memoria de la humanidad. Quisiera creerlo, oh Cino, pues cuando despreciamos a nuestros amigos estamos encumbrando a nuestros enemigos, pero sé que es más cierto que los siglos me recordarán tan sólo como aquel que mató a César, el traidor que no supo ser leal ni a su amo ni a su autor, ni a su ciudad ni a su pueblo. Sí, es cierto: cuando se conspira contra quien se ama, el cielo abre sus puertas al suplicio de la indignidad. ¿Cómo explicarles que yo no conspiré contra un hombre, sino en favor de un pueblo? ¿Alguien entenderá mi acción, Cino? No, nadie... Si la vida pudiese darnos una segunda oportunidad, repitiéndola, cometeríamos los mismos errores y los aciertos aún serían menos... ¡Qué solo me encuentro, Cino! ¡Qué intenso es el frío de la soledad! Mil veces que viviera, mil veces atentaría contra el depredador de la República; mil y una si fuese preciso para convencerle de que no supo comprender que entre él y la República los romanos mirarían sólo por ellos mismos, como siempre han hecho, y que la naturaleza enseña que con respecto a su necesidad las soluciones siempre llegan tarde. César no tuvo tiempo para arrepentirse de su vida y yo no he tenido tiempo sino para arrepentirme de su muerte. Mi segunda vida, si se me diese, sería igual porque estoy moralmente convencido de que actué tal cual Roma esperaba de mí. La cuestión que ahora me asfixia no es si Roma esperaba de mí esa acción, sino si aquella acción era digna de mí.



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