La Isis dorada by Jorge Magano

La Isis dorada by Jorge Magano

autor:Jorge Magano [Magano, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: sf_history
editor: www.papyrefb2.net
publicado: 2006-12-31T23:00:00+00:00


El corazón de la madre de Jaime Azcárate siguió de una pieza. En cambio, la fractura emocional parecía ser una norma en casa de los señores de Garrido. El corazón se partía al ver los ojos llorosos de la novia de Fidel, la preocupación de su hermano menor, la crispación de su padre… Pero sobre todo al contemplar la angustiosa impotencia de su madre, que, incapaz de dibujar en su rostro la menor muestra de emoción, llevaba por dentro el desgarro de su condición de tetrapléjica, a lo que ahora había que sumar el sufrimiento de la desaparición de un hijo.

Jaime disimulaba como podía la congoja que le había asaltado en el momento en que salió del ascensor y se encontró con aquel apolillado cuadro familiar. Papá Fidel y Arturo (así se llamaba el hijo menor) permanecían junto a la silla de ruedas de la mujer, intentando darle torpe consuelo. Blanca, por su parte, recorría el salón llorando a moco tendido.

—Hay que llamar a la policía —propuso Arturo, que, al parecer, veía muchas películas.

—No te preocupes por eso —objetó Jaime—. Un policía amigo mío se encarga del caso.

—¿Y dónde está? ¿Cómo se va a ocupar de encontrar a Fidel si no habla con su familia?

Aquella muestra de sentido común abrumó a Jaime, que decidió ir al grano.

—¿Podríamos ver el piso de Fidel? Es posible que allí encontremos alguna evidencia de su paradero. —Se detuvo al ver que Blanca rompía a llorar otra vez.

—Allí no hay nada —replicó Arturo Garrido—. Bueno, en realidad está todo. Tal como lo dejó antes de salir de casa la última vez.

—¿Cuándo fue eso?

Blanca sorbió sus mocos y, vacilante, logró responder a la pregunta.

—El jueves dijo que tenía una reunión muy importante y que volvería tarde. En vez de eso me llamó al día siguiente para pedirme que le perdonara, pero que estaría fuera unos días.

—¿No te dijo dónde?

—No me dijo nada. Sólo que por fin iba a demostrar quién era.

—¿A demostrar quién era?

—No sé a qué se refería. Llevaba un tiempo diciendo cosas raras antes de acostarse. Que iba a cambiar nuestra vida. Que la pesadilla iba a acabar… Cosas así. Cuando le preguntaba de qué estaba hablando, se limitaba a darme un abrazo y a dormirse.

Jaime no pudo evitar pensar en la tendencia revolucionaria de Fidel y se preguntó en qué tipo de acciones sediciosas se habría metido esta vez y qué tendrían que ver Begoña Gil y Laviña Mendoza con todo aquello.

—Me gustaría echar un vistazo a la casa —insistió Jaime—. Sé que puede resultar raro viniendo de un desconocido, pero es posible que así averigüemos adonde ha ido Fidel.

—¿Tú sabes algo? —preguntó Fidel padre imponiéndose como cabeza de familia.

—Sólo sospechas. Pero ver en qué estaba trabajando puede ayudar.

—¿Cómo sabes que estaba trabajando en algo? —preguntó Blanca con sorpresa.

—No lo sabía, pero me lo acabas de confirmar. —Jaime aplacó la dureza de su réplica con un tono de simpatía velada—. Y además lleva retraso con un libro de la biblioteca que seguramente pueda darnos la clave.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.