La ira del tiempo by José Manuel Ávila

La ira del tiempo by José Manuel Ávila

autor:José Manuel Ávila [Ávila, José Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Donbuk
publicado: 2017-10-31T00:00:00+00:00


Antes de llegar a la zona poblada me detuve. De pronto me sobrecogió una quietud espeluznante y miré para todos lados, no corría ni la mas leve brisa, las hojas de los árboles parecían pintadas en un lienzo invisible, ni un pájaro volaba entre la tierra y el cielo, el movimiento moría ante mis ojos y con él, todo atisbo de vida. De repente oí aullidos lejanos de perros enloquecidos que presagiaban tempestades aún desconocidas. Bajo mis pies resonaron tormentas que desenfundaban rayos de infinita destrucción, el pavimento se balanceaba cono un acordeón y fue guarida de grietas secas que parecían heridas infectadas del terreno maltrecho. Tembló rabioso el centro de la tierra y nubes de polvo sucedieron a las rancias casas reventadas en pedazos de madera y barro contra el suelo. La sacudida duró menos de un minuto y me pareció una eternidad, era el día del juicio final bíblico, la venganza de los cielos por nuestros incontables pecados y dejó tras de sí una estela inmunda de devastación y muerte. Parte de Laguna Seca se arrastraba derrotada en las entrañas, juntando sangre y lágrimas con la demolición y la ruina desolada.

Con la parca de compañera, me uní a un grupo de personas que desesperadas escarbaban con las manos entre los escombros de lo que antes fue un vetusto colegio de dos clases de párvulos, las vigas de madera y los cascotes formaban una especie de refugio y gracias a él salvaron la vida la mayoría de los niños que gritaban y lloraban a través de los despojos, logramos abrir un boquete y trabajosamente fueron saliendo los críos nublados en polvareda, hasta que no se oyó ningún quejido de angustia. Seguimos arañando las piedras para destaponar la caverna y entré reptando, con otro de los vecinos que ayudaban. Lo primero que nos encontramos fueron los cadáveres ensangrentados de tres chiquillos que abrazados entre si, encontraron una muerte injusta y cruel. Mi compañero y yo nos miramos arrasados en amargura y las lágrimas hallaron sendero entre el polvarín de nuestras mejillas, agarré a uno de ellos y lo estrujé contra mi pecho renegando de todo lo divino. La miserable muerte rondó nuestro pueblo y segó despiadada luces que apenas comenzaban a resplandecer. Fue el día más negro en Laguna Seca y en las entrañas de todos los vecinos que nunca mas recuperaron el brillo en sus miradas. Setenta y ocho personas cerraron los ojos para siempre y al resto se le quedaron opacos por toda la eternidad.

Algunos edificios quedaron en pié, los de nueva construcción aguantaron sin muchos daños la arremetida de la naturaleza, la iglesia también soportó la embestida del fuerte seísmo y allí se fueron reuniendo los convecinos, creyeran en Dios o no. Busqué a mis padres entre los cabizbajos lugareños que llenaban el templo con lamentos y rezos, unos pedían agua y vendas, otros un sacerdote. Salí corriendo de allí sin saber a donde ir, no tenía ni idea de dónde había encerrado Andrés a mis padres



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