La hora violeta by Montserrat Roig

La hora violeta by Montserrat Roig

autor:Montserrat Roig [Roig, Montserrat]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1980-01-01T00:00:00+00:00


Julio de 1936

Kati se acabó de poner las cremas. Primero, una para cutis grasos, después el tónico. Recordaba vagamente el nombre del chico de la cara morena. ¿Miguel? ¿Pierre? Sabía, eso sí, que era un muchacho francés nacido en Argelia. Kati se dibujó las cejas con el lápiz marrón, tenía que hacerlo con mucho cuidado y sacaba un poco la punta de la lengua. La moda de las cejas depiladas la había dejado sin un pelo. Las cejas depiladas te dan un aspecto de exasperación, le decía la Mundeta mayor. ¿Envidia? Qué más daba. Además, le gustaba que se muriesen de envidia. Pensándolo bien, sólo se arreglaba para que las demás mujeres la admirasen.

Baume bajo los ojos, arrugas impertinentes… Hizo unas cuantas muecas para ver si avanzaban las señales de envejecimiento. Estiró el cuello y, con las manos, se aplicó una nueva crema que le habían traído de París. Yo no tengo el cuello de cisne de Judit. Judit… ¿qué le ocurrirá? Hoy me ha puesto mala cara. Nunca sé por qué. Si me hiciera un poco de caso…

Kati se miró al espejo para ver el efecto que hacía. Sacó la lengua y, después, sonrió:

—No moriré fea.

Una breve e incisiva ojeada a las uñas. Tenía tres rotas. A veces, cuando se aburría haciendo el amor, se mordía las uñas. Y dejaba que el otro trabajase. Se reía sólo con recordar los esfuerzos del último amante. Un atleta… Ella, al final, jadeaba. Había quedado desplomada. La postura de perra le había deshecho los riñones. Durante una semana parecía una vieja con artrosis. ¡Ufff! La habían fascinado sus ojos de príncipe iraní y su piel curtida de animal joven. Una espalda tan suave que parecía de satén. Le gustaba dejar que sus dedos resbalasen sobre ella. Pero, después, qué lata. ¿Por qué los hombres no se quedan nunca satisfechos? A Kati le gustaba el juego, el calor del principio, lo de si es o no es, el estudiado proceso de seducción, palabras que se quedan en el aire, frases a medio decir, miradas de reojo, la curiosidad del primer contacto… El misterio, vaya. Una vez catado, se daba cuenta que la cosa no tenía ningún interés. Todos los hombres, desnudos, se parecían. Todos le recordaban a un mono. Podían tener el pecho ancho y velludo, los hombros contorneados, una cabeza bonita, pero, cuando les veías desnudos, qué decepción… Tenían las piernas más cortas que el cuerpo, algunos andaban como si montasen a caballo, otros las tenían torcidas. No sabían mover las manos. Las movían sin gracia. Y los colgajos…, cuando la cosa no andaba bien, parecían el badajo de una campanilla. Rosados o blanquecinos, de color indefinido. Un montón de carne que no era nada. Nada. Ella no lo miraba nunca, y no porque le diese asco, no, sino porque lo detestaba. ¡Eran tan ridículos los hombres cuando no iban vestidos! No eran nada, nada. Si la tenían tiesa era otra cosa. Pero, entonces, Kati sólo deseaba que aquello se acabase pronto. Se aburría tanto.



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