La hora del mar by Carlos Sisí

La hora del mar by Carlos Sisí

autor:Carlos Sisí [Sisí, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T05:00:00+00:00


22 - Operación Mahoma

El Searcher II sobrevolaba la ciudad a una confortable altura de seis mil metros. Se movía lentamente y en círculos, describiendo la misma rutina que una experta águila imperial desarrollaría para perseguir su sustento diario.

Pero el Searcher no buscaba presas; sólo sacaba fotografías y vídeos de alta resolución que luego enviaba a la central del PASI (Plataforma Autónoma Sensorizada de Inteligencia) y, desde allí, a la Sala de Guerra.

—General, en cuanto a Málaga, las imágenes no dejan lugar a dudas —dijo el oficial, extendiéndole una pequeña y manejable pantalla digital. Las imágenes del Searcher acababan de ser agregadas al informe activo.

El general Abras la examinó. Tenía razón: las criaturas habían avanzado diligentemente hacia el extremo norte de la ciudad, pero las imágenes revelaban también que un desorbitado número de ellas se habían aglutinado en un punto de la ciudad, cerca de la zona centro y no muy lejos del mar.

—¿Qué es ese lugar? —preguntó.

—Es un monte, general —contestó el oficial—. En la fotografía número doce tiene un mapa topográfico. Parece el punto más alto de la ciudad; al menos, de la zona más urbanizada. Hay un hotel… un Parador de Turismo, y las ruinas de un castillo construido por los árabes en la España del siglo X.

El general Abras reflexionó unos instantes.

—Hay otra cosa, general —dijo el oficial—. Estos trazos gruesos de aquí.

El militar miró donde le indicaba. En efecto, parecía que alguien se había entretenido en pegar tiras de cinta aislante de color negro sobre el trazado de las calles. Salían del mar y conectaban con el monte, como ríos de petróleo.

—¿Qué son? —preguntó el general Abras.

—Estamos recibiendo datos de numerosos avistamientos por todo el mundo. Creemos que son una especie de transporte. Emergen del agua en forma de globo y pueden elevarse hasta veinte metros en vertical. En Escocia los han usado para encaramarse a lo alto de los acantilados de algunas zonas costeras. Luego, la parte frontal se abre y descarga esas criaturas. No parecen tener capacidad ofensiva en sí mismos, aunque hay informes de Japón que aseguran que usaron esas mismas cosas para caer sobre los soldados, produciendo su muerte por aplastamiento y asfixia.

—Quiero ver el informe de eso —dijo Abras.

—Están a punto de incorporarlo a la base de datos, general —confirmó el oficial.

Abras estudió la fotografía unos instantes más. El castillo de Gibralfaro era una mancha oscura en la fotografía, como si alguien hubiera derramado una gota de pintura sobre ésta. Era casi aberrante a la vista. Había visto miles de fotografías aéreas, incluyendo varias de la manifestación antiglobalización que reunió a más de ciento cincuenta mil personas en la contracumbre del G-8, en Italia, a finales de julio del 2001. Ni siquiera aquellas fotos donde los seres humanos se apiñaban de una forma tan desmañada tenían un aspecto similar. Era casi como si aquellas criaturas estuvieran encaramadas unas sobre otras.

—¿Qué ha dicho Inteligencia? —preguntó al fin.

—Acabamos de recibir el material, señor.

Abras sacudió la cabeza.

—No hay tiempo. Un buen plan ahora es mejor que un plan perfecto mañana.



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