La fuente de las vestales by Jean-François Nahmias

La fuente de las vestales by Jean-François Nahmias

autor:Jean-François Nahmias [Nahmias, Jean-François]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2003-04-22T16:00:00+00:00


* * *

Fue el asesinato de Plotino lo que animó a Flaminius a dar un paso al frente. El peligro, que iba cobrando cuerpo en torno a Licinia y él mismo, no le dejaba otra opción. Claro que no podía tomar a la ligera la advertencia de Craso: viniendo de un hombre tan poderoso no eran palabras vanas. Pero su adversario desconocido era aún más temible. Así que hizo lo que el ocupante de la cámara sórdida le había prohibido expresamente: rondar a Licinia. Por ese motivo, solicitó y obtuvo una entrevista con otro tío de ella, Lúculo, con la esperanza de obtener alguna información decisiva.

Como en la visita anterior, acudió acompañado de Floro. Era mejor que fuesen juntos, por si era necesario proceder de inmediato después de la entrevista, pero, como la primera vez, decidieron que Flaminius entrara solo. Lúculo era un personaje eminente y podía sentirse incómodo por la presencia de un plebeyo, sobre todo dado que era uno de los líderes de las ideas aristocráticas.

Lúculo poseía la segunda fortuna de Roma después de la de Craso y su casa era el mejor testimonio de ello. Vivía en la colina de los jardines, que dominaba el Campo de Marte, y los jardines de Lúculo tenían fama de ser, junto con los de Salustio, los más hermosos que habían existido nunca.

Cuando llegaron al lugar, Floro se quedó bajo un pino. El entorno era precioso, la vista admirable y aseguró a su compañero que era el sitio perfecto para esperarle. Así que Flaminius tomó el camino de arena que conducía a la villa que se adivinaba a lo lejos. Como en casa de Craso, un mayordomo le atendió en el atrio con la mayor deferencia.

—Mi amo está en el comedor de Apolo. Si eres tan amable de seguirme…

Lúculo tenía varios comedores y Flaminius sabía que el de Apolo era el más lujoso. Experimentó una viva satisfacción: el honor que le hacía el anfitrión presagiaba lo que vendría a continuación. Además, sentía curiosidad por verlo.

No quedó decepcionado. El comedor de Apolo tenía pajareras a modo de muros. Tres de sus costados estaban formados por altas jaulas con barrotes dorados y el cuarto se abría al jardín a través de unos ventanales de cristal, un material tan escaso como caro. El artesonado del techo estaba revestido de oro, el suelo estaba cubierto por completo por un mosaico que representaba peces, aves y otras piezas de caza, frutas y todo lo que se pudiera consumir en una mesa.

La voz de su anfitrión se alzó en medio del canto de los ruiseñores, mirlos y carboneros.

—¡Bienvenido, Titus Flaminius! Ven a sentarte a mi lado.

El imponente personaje estaba recostado en uno de los lechos de tres plazas, tapizados de púrpura, que rodeaban una mesa con patas de marfil. La vajilla era de un lujo inimaginable: platos de oro adornados con piedras preciosas, jarros de ágata y copas de cristal con pedrería. Había, también, una profusión de manjares como Flaminius jamás había visto ni imaginado: ante sus ojos se desplegaba un auténtico banquete.



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