La fortuna by Michael McDowell

La fortuna by Michael McDowell

autor:Michael McDowell [McDowell, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1983-05-01T00:00:00+00:00


8

Plata

Frances no puso ninguna objeción a que Billy se marchara a Texas, pero Sister se mostró furiosa con Miriam por haber planeado ese viaje. Le dijo que la estaban «abandonando» y que la dejaban sola contra los lobos y el hambre, presa fácil para ladrones, violadores y quizás incluso su marido.

Miriam escuchó los desvaríos de Sister desde la habitación contigua mientras hacía la maleta. Queenie estaba sentada junto a la cama de Sister, pegando pacientemente las recetas que esta había recortado en fichas, aunque sabía que nadie prepararía nunca esos platos.

Cuando a Sister se le agotó finalmente la voz, Miriam cerró las maletas y entró en la habitación.

—Queenie va a cuidar de ti como siempre, Sister —dijo—. Y Ivey va a dormir aquí cada noche para que no estés sola. Tienes un teléfono en la mesita de noche y puedes llamar a cualquier persona del mundo para que venga a ayudarte si lo crees necesario.

—Despídete de mí ahora, Miriam, porque cuando vuelvas no estaré viva —respondió Sister con voz lúgubre.

Pero todas sus acusaciones y predicciones no lograron disuadir a Miriam de seguir adelante con aquellos planes que llevaba tanto tiempo esbozando.

—Sister —dijo Miriam—, cada día te pareces más a la abuela.

—¡Eso sí que no!

—Nunca creí que vería algo así —le comentó Miriam a Queenie.

A partir de ese momento, Sister dejó de poner objeciones al viaje de Miriam a Texas.

Billy y Miriam se fueron un domingo por la tarde de principios de septiembre, con una cita en la American Oil Company de Houston el martes por la mañana. Los Caskey, todavía con ropas de domingo, se sentaron en el porche de Elinor y, con la fragancia del jabón de Miriam todavía en el aire, comentaron lo solos que se sentían. Oscar se puso de pie.

—Diles a Bray y a Queenie que te traigan aquí, Sister —le gritó a su hermana, a quien entreveía tras la ventana de su dormitorio, en la casa de al lado.

—¿Quieres acabar de matarme, Oscar? Al menos ten la decencia de dejar que me pudra en paz —respondió Sister, también a voz en grito.

Esta pasó los primeros días de ausencia de Miriam enfadada. A veces incluso mandaba a paseo a Queenie.

Una noche se quedó sola en su habitación, hojeando sus revistas como de costumbre, buscando recetas, recortándolas y organizándolas sobre la colcha: cenas de boda completas, desayunos con champán —Sister nunca lo había probado—, almuerzos en el campo… Leyó con avidez un ejemplar de hacía veinte años de Étiquette, de Emily Post, maravillada ante la cantidad de cubiertos de plata que se necesitaban para un desayuno, más los que se requerían para tomar el té, además de las copas necesarias para una cena. A las diez llamó por teléfono a Queenie.

—¿Qué pasó con toda la plata de James? —preguntó inquisitivamente.

—Está aquí —contestó Queenie—. No le ha pasado nada.

—Tráela y deja que la vea.

—Por Dios, Sister —exclamó Queenie—, ¡¿tú sabes cuántas piezas son?! Envíame un par de carretillas y te las devuelvo cargadas.

—Trae una o dos cajas.

Queenie decidió no discutir.



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