La conquista del Cervino by Edward Whymper

La conquista del Cervino by Edward Whymper

autor:Edward Whymper [Whymper, Edward]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Deportes y juegos, Historia, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1871-01-01T00:00:00+00:00


Si el lector consulta el mapa del valle de Zermatt, verá que, al abandonar las laderas del Arpitetta Alp, tomamos un derrotero hacia el sureste sobre el glaciar del Moming. Poco después de llegar al hielo, nos detuvimos para perfilar el plan de ataque. Las rocas del Schallhorn, cuya escalada recomendaba Almer, se encontraban entonces a nuestro sureste. La ruta propuesta por Croz pasaba por el suroeste de las rocas y llevaba hasta el lado sur del glaciar, muy empinado y quebrado[55]. La parte que se proponía atravesar era sin duda practicable. La abandonó porque requería mucho trabajo en el hielo. Pero la zona del glaciar que se interponía entre su ruta y las rocas de Almer era impracticable en toda la extensión de la palabra. Pasaba sobre una prolongación de las rocas y quedaba partida por ellas. La parte superior estaba separada de la inferior por una larga ladera de hielo construida por los bloques del glaciar que habían caído desde arriba. La base de esta ladera aparecía rodeada de cantidades inmensas de enormes bloques precipitados por los aludes. Los bordeamos cautelosamente y, cuando Croz se detuvo, los habíamos dejado muy abajo y nos encontrábamos a medio camino de la gran ladera que conducía a la base del paredón de hielo.

Croz comenzó a cortar peldaños en esa ladera. Era como hacer un movimiento de flanco ante un enemigo que podía atacarnos en cualquier momento. El peligro era evidente. Era una locura monstruosa. Lo prudente hubiera sido retirarse[56].

«No me avergüenza confesar», escribió Moore en su diario, «que, durante todo el tiempo que estuvimos cruzando esa ladera, sentía mi corazón en la garganta, y nunca me he sentido tan aliviado de una preocupación como cuando, tras un pasaje de unos veinte minutos, llegamos a la seguridad de las rocas… Nunca había oído un juramento en boca de Almer, pero el lenguaje en el que iba haciendo comentarios, más para sí mismo que para mí, mientras avanzaba, era más fuerte de lo que pudiera haber imaginado en él. Su sentimiento predominante parecía ser el de indignación por encontrarnos en tal situación, y de culpabilidad por participar en ella. El énfasis con el que exclamaba a intervalos “¡Rápido, rápido!”, demostraba suficientemente su alarma».

No era necesario meter prisa a Croz. Él era tan consciente del peligro como los demás. Después me dijo que ese lugar era el más peligroso que había cruzado jamás y que bajo ninguna circunstancia volvería a pasarlo. Croz se esforzó virilmente por escapar de la inminente destrucción. Su cabeza, inclinada sobre su trabajo, no se volvía nunca a derecha ni a izquierda. Su piolet golpeaba una, dos, tres veces… y entonces pisaba en el lugar donde había estado tallando: ¡Cuán inseguros habríamos considerado esos peldaños en otro momento! Pero ahora sólo pensábamos en las rocas que teníamos enfrente y en los traicioneros pináculos de hielo que acechaban encima, dispuestos a precipitarse en cualquier momento.

Llegamos a salvo hasta las rocas y, aunque hubieran sido el doble de difíciles, habríamos quedado satisfechos.



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