La cola de la serpiente by Leonardo Padura

La cola de la serpiente by Leonardo Padura

autor:Leonardo Padura [Padura, Leonardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2011-02-15T05:00:00+00:00


7

Sentado tras su buró, con el larguísimo habano entre los labios y envuelto en una nube de humo azulado, el mayor Antonio Rangel observaba a Mario Conde. El teniente sintió que su jefe lo había colocado entre dos placas de vidrio y lo estudiaba a través de las lentes de un microscopio como si se tratase de un virus mutante.

—Parece que saliste de un latón de basura —fue la primera conclusión, diríase que científica, del jefe de la Central de Investigaciones Criminales—. Por lo menos hueles como si hubieras estado en uno.

—Es olor a chino, jefe.

—¿Olor a chino? —Rangel se sacó el tabaco de la boca y, con delicadeza, cortó la ceniza en un cenicero de cristal de Murano, reciente obsequio de su hija mayor, casada con un austriaco ecologista que recorría el mundo salvando ballenas y tigres bengalíes, aunque con presupuesto para dejarse caer por Venecia y comprar vidrios caros. Hay de todo en esta vida.

—Me acosté en la cama de un chino… Pero mejor ni te cuento, Viejo.

—Pues creo que no. Al contrario, cuéntame bien en qué andas, porque tengo cosas que decirte. No te mandé a buscar porque no pudiera vivir sin verte… ¿Qué coño hacías tú acostado con un chino?

—Pare ahí jefe… Se precisa aclaración.

El Conde profesaba un profundo respeto por su superior. No obstante, se sentía cómodo trabajando con él y le divertía aguijonearlo con sus comentarios irónicos. Mientras, el mayor Rangel, tan cáustico con el resto de sus subordinados, admitía —sólo para sí mismo— que tenía alguna debilidad por aquel investigador irreverente, a veces hasta confianzudo, que incluso se atrevía a tutearlo, llamarlo El Viejo, y colarse en su casa para que la mujer del mayor lo invitara a café. Al fin y al cabo, pensaba Rangel, algo debía soportarle: a pesar de todas sus manías y heterodoxias, aquel teniente era su apagafuegos. Y de vez en cuando tenía que vengarse.

Mientras le explicaba a Rangel que no es lo mismo dormir en la cama de un chino que en la cama con un chino y luego todo lo ocurrido desde que Patricia se presentara en su casa, el Conde tuvo la sensación de que sus ideas por fin se organizaban y se movía hacia un descubrimiento capaz de ubicarlo frente a la solución de su caso chino. Al mismo tiempo, la sensación de que alrededor de aquel asesinato existían otros misterios todavía invisibles pero más complicados, se convirtió en una nueva certeza. Sí, una sombra oscura del pasado flotaba sobre aquella muerte y la disipación de esa oscuridad, fuese cual fuese su carácter, podría traer consecuencias dolorosas. Pero le omitió a Rangel aquella parte de sus cavilaciones, todavía demasiado vagas, y no le mencionó la sospecha cada vez más maltrecha pero todavía viva que señalaba hacia Francisco Chiú.

—¿Entonces no estás seguro de que el chino muerto haya tenido alguna relación con la cocaína que se estuvo moviendo en el Barrio? —preguntó Rangel, y abandonó el tabaco sobre el cenicero.

—Hasta ahora mismo no. ¿Por qué



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