La ciudad del mar by Anton Gill

La ciudad del mar by Anton Gill

autor:Anton Gill [Gill, Anton]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1997-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Dejó la casa sin cruzarse con nadie salvo una vieja mendiga que permanecía sentada en las escaleras de la mansión desde que salía el sol hasta que se ponía, alternándose entre sostener en alto un agrietado cuenco de madera para las limosnas o rascarse los piojos que abundaban bajo su raída túnica gris. Él miró el cielo y, por la posición del sol en el oeste, calculó que llegaría al lugar de encuentro a la hora exacta.

Cheruiri se pegaba a los muros al caminar, consciente de con quién se cruzaba pero sin mirar a nadie. Su paso era rápido, pero no revelaba prisa o impaciencia. Era importante que nada en su semblante suscitara curiosidad o comentario alguno. Mientras caminaba se preguntó cuál sería la reacción de Huy si se enteraba del propósito y responsabilidad de su cometido. Sonrió al pensarlo, pero no era una sonrisa relajada. Cheruiri era una persona seria. Tal vez debería haberse confiado al escriba. Saltaba a la vista que era un hombre decente en quien se podía confiar. Pero, por lo que él sabía, también era un hombre de Ay; por este motivo Cheruiri decidió actuar por iniciativa propia. En realidad, no había tenido ocasión de decírselo a Huy. El momento de que el escriba se enterara de la verdad llegaría a su debido tiempo.

Le gustaba esa hora del día en que se alargaban las sombras y la temperatura bajaba lo suficiente para despabilarte. Él también necesitaba estar despabilado, porque sabía el peligro que entrañaba lo que iba a hacer. Había sido interesante conocer al padre de Hebi. Aunque a simple vista parecían tener poco en común, los dos eran personas serias. Hebi era más directo, menos sutil que Huy; pero no había duda de que el anciano había tenido poder. Cheruiri esperaba que no averiguara la verdad hasta que estuvieran preparados.

Llegó a las afueras de la ciudad justo cuando el sol rozaba el borde del horizonte. Ella había acertado al escoger el lugar de la cita: una pequeña plaza de mercado con gran concentración de gente absorta en comprar y vender. Cheruiri se había cuidado de vestirse con sencillez. Ahora escudriñaba a la pequeña multitud, buscándola. Ella también vestiría ropas sencillas.

Estaba de pie junto a un pozo en la esquina sudoeste de la pequeña plaza. La reconoció por el movimiento de su cuerpo —había en sus gestos una vacilación que a él le resultaba atractiva e inconfundible—. Al pasar por su lado le rozó el codo, pero dio unos pasos más sin detenerse, luego fingió inspeccionar los rollos de tela brillante del puesto de un comerciante sirio. Volvió a mirarla y la vio caminar hacia una de las calles que nacían en la plaza, en dirección al puerto. Dejó entre ambos una distancia discreta y la siguió.

Lejos de la multitud, ella se movía más deprisa y con más confianza. Poco familiarizado con esa parte de la ciudad, tuvo que acelerar el paso para no perderla de vista. Después de andar un rato, ella se internó en un estrecho callejón.



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