La ciudad del Gran Rey by Óscar Esquivias

La ciudad del Gran Rey by Óscar Esquivias

autor:Óscar Esquivias
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones del Viento, S.L.


—Mire. Yo no me siento a gusto cerca del doctor. No puedo evitarlo, me repugna su presencia. He estado dándole vueltas en el dormitorio y he llegado a una determinación. Si él ahora forma parte del grupo, yo le pido a usted dispensa para abandonar su compañía. Prefiero volver a la ciudad solo y sobrevivir allí por mis medios. En ningún caso quiero compartir mi destino con el de un fascista, un criminal y un miserable como es Albiñana. Esto era lo que quería decirle.

Parecía imposible. Habían rescatado de las calles a aquel hombre hecho un andrajo, le habían dado de comer, lo habían salvado. Pues bien, ese mismo cadáver semoviente se permitía poner objeciones en la casa donde le habían acogido. Aquella actitud le resultaba al comandante inexplicable. Intentó dominarse y hablar con el tono más natural que pudo:

—Señor Garrús, me sorprende usted. Se olvida de que está frente a un comandante del ejército.

—Lo tengo muy presente. Creía que podía sincerarme con usted.

—El doctor Albiñana es uno de mis primeros colaboradores en la organización de la casa. Por otra parte, le recuerdo que "fascista" no es un insulto, al menos en la España de orden. Yo no comparto tal ideología, pero para mí vale tanto decir "fascista" como "patriota", así que cuide en adelante sus expresiones.

—Pero sus milicianos son pistoleros sin escrúpulos.

—Las milicias del doctor han cumplido la función que les encomendó el general Mola: limpiar la retaguardia mientras el ejército se ocupaba de los frentes. Si allí se cometen excesos o arbitrariedades, corresponde a otros juzgarlo, no a mí. En cualquier caso, le aseguro que Albiñana en esta casa no ha ejercido ninguna violencia sobre nadie, por supuesto. Lo que yo no puedo aceptar es que usted subordine su presencia aquí a ningún tipo de exigencia y, menos que ninguna, la de apartar a una persona tan valiosa por una antipatía de tipo ideológico.

—Yo no pretendo que expulse a nadie, al contrario; lo único que quiero es irme yo.

—Usted es ahora un soldado más. Está bajo mi disciplina y ya no depende de su voluntad, sino de la mía, si usted entra o sale de esta casa.

—Pero.

—Estoy hablando yo, señor Garrús. Le pido, no, le ordeno que olvide sus fobias y trate al doctor Albiñana con la deferencia que merece. Yo, por mi parte, actuaré como si esta conversación no hubiera existido. Ahora haga el favor de retirarse.

—Pero.

—Haga el favor de retirarse.

El tono de Paisán era inapelable. Garrús temblaba. Estaba sorprendido y aterrado.

—Buenas noches, comandante. Que descanse usted.

Don Agustín se retiró encogido. Paisán se sentía rabioso. ¿Qué estaba pasando aquella noche? ¿Quería darle ejemplo de dignidad aquel viejo idiota? ¿No se daba cuenta de que era una molestia en la casa, de que no servía para nada, de que estaban haciendo con él una caridad? Qué imbécil, cuánta insolencia. Con tal irritación era incapaz de dormir, así que resolvió pasearse por el blocao e inspeccionar de paso si los centinelas estaban en sus puestos.

El primero parecía tan absorto



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