La ciudad del fuego by Kate Mosse

La ciudad del fuego by Kate Mosse

autor:Kate Mosse [Mosse, Kate]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-05-02T16:00:00+00:00


* * *

—No tengo la llave —dijo Minou en voz alta.

Su voz despertó ecos en la oscura bóveda del sótano. Pero ¿qué otra cosa podía esperar? Si lo que tenía ante ella era una entrada oculta de la bodega desde la casa, resultaba evidente que la llave tenía que estar del otro lado de la puerta.

De repente, oyó nuevos pasos por encima de su cabeza. Transcurridos unos instantes, oyó unos golpecitos.

—Minou… —susurró una voz—. ¿Estás ahí?

El corazón le dio un salto de alegría.

—Aimeric —dijo, apoyando las dos manos en la puerta—. ¿Está la llave en tu lado?

Oyó que la llave giraba en la cerradura y la puerta se abrió. Al otro lado estaba su hermano, con una sonrisa triunfal.

—¡Brillante! ¡Eres brillante, Aimeric!

El chico la rodeó con los brazos.

—¡Pensé que estabas muerta! —exclamó al borde de las lágrimas—. Ayer, cuando regresaron sin ti, pensé que te habían matado, aunque la vieja bruja Montfort no dejaba de repetir que te habías fugado.

—¿Fugado? ¡¿Cómo podías pensar que iba a marcharme sin ti?! ¡No te dejaría por nada del mundo!

Incómodo con la demostración de afecto de su hermana, Aimeric dio un paso atrás.

—No lo pensé ni por un momento, pero la bruja dijo que te había visto en brazos de un soldado…, de un hugonote…, y que habías huido con él.

Minou se sonrojó.

—Madame Montfort es una mujer desagradable y ruin que no sabe controlar ni la imaginación ni la lengua. —Frunció el ceño—. ¿Y nuestra tía? ¿Se ha creído las mentiras de madame Montfort?

Aimeric se encogió de hombros.

—A mí nadie me dice nada, pero la tía se pasa el día encerrada en su habitación, llorando. —Hizo una pausa—. Me alegro de que estés a salvo.

Minou lo estrechó con fuerza contra su pecho.

—Como ves, estoy bien. Sólo un poco sucia de polvo. Ven, vamos.

Cerró la puerta del sótano y los dos se dirigieron juntos hacia el pasillo que conducía a la casa principal.

—Madame Montfort ha dicho que los hugonotes atacaron la procesión de San Salvador. ¿Es verdad? —preguntó Aimeric.

—No. Los católicos atacaron un cortejo fúnebre hugonote y la procesión quedó atrapada en medio de la refriega.

—¿Por qué no volviste con ellas?

—Nos separamos y yo me desmayé. —Bajó la voz—. Pero Madame Montfort tenía razón en un detalle. Un hugonote me ayudó. ¡Era Piet, Aimeric! Me puso a salvo en el hospicio de la rue du Périgord y se quedó conmigo hasta que he recuperado el conocimiento esta mañana.

—¡Piet! —Los ojos de Aimeric resplandecieron—. ¡Sabía que conseguiría salir de Carcasona! ¿Te habló de mí? ¿Te contó cómo lo ayudé?

Minou se echó a reír.

—Ahora que lo dices, sí, me lo contó. Por mi parte, lo regañé por ponerte en peligro. Y ha prometido reparar su error enseñándote a lanzar el cuchillo tal como te prometió.

—¿Cuándo?

—Eso habrá que verlo. —La sonrisa se le borró de la cara—. Lo cierto es que Piet es hugonote. Nuestro tío es uno de los católicos más prominentes de Toulouse y odia profundamente a todos los protestantes. De momento, en medio de tantos conflictos, será difícil.



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