La busca by Pío Baroja

La busca by Pío Baroja

autor:Pío Baroja
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 1904-01-01T05:00:00+00:00


IX

Una historia inverosímil — Las hermanas de Manuel Lo incomprensible de la vida

Era ya a principios de otoño; Leandro, por consejo del señor Ignacio, vivía con su abuela en la calle del Aguila; la Milagros seguía en relaciones con el Lechuguino. Manuel abandonaba a Vidal y el Bizco en sus escaramuzas y se juntaba con Rebolledo y los dos Aristas.

El mayor, el Aristón, le entretenía y le aterrorizaba contándole cosas lúgubres de cementerios y aparecidos; el Aristas pequeño seguía en sus ejercicios gimnásticos; había hecho un trampolín con una tabla puesta sobre un montón de arena, y allí aprendía a dar saltos mortales.

Un día apareció en el Corralón don Alonso, el ayudante del Tabuenca, acompañado de una mujer y de una niña.

La mujer parecía vieja y cansada; la niña era larguirucha y pálida. Don Alonso las acomodó en un chiscón del patio pequeño.

Traían un fardelillo de ropa, un perro de lanas sucio con mirada muy inteligente y un mono atado a una cadena; al poco tiempo tuvieron que vender el mono a unos gitanos que vivían en la Quinta de Goya.

Don Alonso llamó a Manuel y le dijo:

—Vete a buscar a don Roberto y dile que hay aquí una mujer que se llama Rosa, y que es o ha sido volatinera; debe ser la que él busca.

Manuel fue inmediatamente a la casa; Roberto se había marchado de allí y no sabían su paradero.

Don Alonso iba por el Corralón con mucha frecuencia y hablaba con la mujer y la niña. En el marco de la ventana de su casa tenían madre e hija una cajita con una mata de hierbabuena, que, aunque la regaban todas las mañanas, como no le daba el sol, apenas crecía. Un día las mujeres desaparecieron con su hermoso perro de aguas; no dejaron en la casa más que una pandereta usada y rota…

Don Alonso tomó la costumbre de aparecer por. el Corralón; solía echar un párrafo con Rebolledo, el de la barbería modernista, que hablaba por los codos, y presenciaba las habilidades gimnásticas del Aristas. Una tarde la madre de éste preguntó al antiguo Hombre—boa si el chico tenía verdaderas disposiciones.

Don Alonso se puso serio y examinó detenidamente los trabajos del muchacho para darse cuenta de sus facultades, y le dio algunos útiles consejos.

Era verdaderamente curioso ver al viejo titiritero dando órdenes; lo hacía con una seriedad augusta.

—Una, dos, tres… O pla… De nuevo. En posición. Las rodillas cerca de la cabeza…, uñas para abajo…, una, dos…, una, dos… O pla.

Don Alonso no quedó descontento del Aristas, pero afirmó la necesidad ineludible del trabajo constante.

—Quien algo quiere, algo le cuesta, chiquillo —dijo—, y el ser gimnasta no está a la altura de cualquiera.

A la madre, confidencialmente, le aseguró que su hijo podría ser un buen artista de circo.

Después don Alonso, viéndose ante un público numeroso, comenzó a hablar con volubilidad de los Estados Unidos, de México y de las Repúblicas sudamericanas. —¿Por qué no nos cuenta usted cosas de esos países que ha visto? —le preguntó Perico Rebolledo.



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