La buena terrorista by Doris Lessing

La buena terrorista by Doris Lessing

autor:Doris Lessing [Lessing, Doris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1985-01-01T00:00:00+00:00


Alice estuvo durmiendo mientras se producían los dos acontecimientos de la tarde.

El primero fue la aparición del policía sádico de la comisaría acompañado de una mujer policía por un asunto relacionado con un coche robado. Jasper y Bert estaban en casa y las cosas no fueron bien, sin duda todo habría acabado con violencias y detenciones, pero por fortuna aparecieron Mary y Reggie y se enfrentaron con los policías en su mismo lenguaje, en sus mismos términos. Pero después Mary y Reggie estuvieron distantes, los miraron con desaprobación y dijeron que en realidad no había ninguna necesidad de tener problemas con la policía si uno sabía cómo tratarlos. «Y si uno hace lo que debe, naturalmente», era el comentario implícito.

Se fueron arriba, pero Reggie volvió a bajar casi de inmediato para preguntar si Jasper y Bert en realidad sabían algo del coche robado.

—Somos revolucionarios —replicó furioso Bert—. No ladrones.

Luego, más tarde, pasadas las doce, compareció otra vez Felicity para avisar que habían telefoneado del hospital. Philip había muerto. Estaba muy alterada, según le contaron a Alice al día siguiente. Tuvieron que invitarla a entrar y hacerle tomar un poco de la sopa de Alice y del coñac de Roberta.

Alice no se enteró de nada de esto hasta el día siguiente. A media mañana. Estaban todos en la cocina, con el sol que entraba por la ventana y el gato sentado en el alféizar. Su primer comentario fue:

—Se hundió deprisa, ¿verdad? —Mientras contemplaba mentalmente a un pequeño ser destrozado, algo así como un pájaro o un insecto, que intentaba aferrarse a una brizna de paja, a una ramita, y después se soltaba.

Los demás no lo entendieron, pero Faye dijo, con una fría sonrisa:

—Ha tenido suerte Philip.

Mary dijo que Philip le había parecido una persona inestable.

Alice comentó que, si la policía había escogido esa casa como un lugar donde ir a divertirse un rato, resultaría imposible vivir allí. Los demás naturalmente se quedaron mirándola con curiosidad; la indiferencia con que lo había dicho, ahí estaba la cosa.

Después Alice se levantó y se fue arriba, apoyó la escalera portátil de Philip contra la pared, subió a la buhardilla y se detuvo bajo las grandes vigas podridas, enfocándolas con la linterna. Mientras pensaba, o intentaba pensar, intentaba obligar a su mente, o a su comprensión, a aceptar ese hecho: que Philip había resuelto todos los demás problemas de la casa, todas las amenazas y peligros. Pero no había afrontado esa amenaza, la principal, no había podido hacerlo. Debido, sencillamente, a su tamaño. Porque él no era gran cosa, solo un puñado de frágiles huesos y una fina capa de carne. Alice contempló mentalmente al tipo de hombre capaz de retirar esas dos vigas podridas para reemplazarlas por otras. Un hombre alto y fornido (lo veía claramente), que levantaba a hombros las vigas para colocarlas en su sitio. Sin esfuerzo. Acatando sumisa la arbitrariedad, la frivolidad de la vida, pero sin comprenderla, volvió a bajar y anunció que si no se ocupaban de esas vigas, la casa empezaría a derrumbarse, comenzando por arriba.



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