Kanada by Juan Gómez Bárcena

Kanada by Juan Gómez Bárcena

autor:Juan Gómez Bárcena [Gómez Bárcena, Juan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2016-12-31T16:00:00+00:00


Los oyes toda la mañana al otro lado de la puerta, hablando a voces y arrastrando bultos. Sus maletas y sus baúles empujados pasillo arriba y pasillo abajo suenan como el caballo de madera que la Niña ya no usa. Por encima del ruido la voz del Estudiante, reclamando derechos, fianzas, contratos. El Estudiante no es el Estudiante: solo un muchacho recién llegado a la casa, que no estudia Medicina sino Leyes y que no te pide cigarrillos ni toca a la puerta de despacho. Tal vez no fuma. Tal vez te tiene miedo o no sabe que existes. No importa: también él es un estudiante, y también él se marcha. Nos echan como perros, completa la voz de un viejecito que no recuerdas haber escuchado antes; un ser humano que asegura haber vivido tres años al otro lado de tu pared y que solo ahora que está a punto de desaparecer comienza a existir.

Desaparece.

Ya ha desaparecido.

Y después el silencio, otra vez. O no el silencio sino algo que se le parece mucho y al mismo tiempo lo refuta: un vacío en el que se tallan con una claridad asombrosa sonidos imposibles —la sirena de una gabarra deslizándose al otro lado de la ciudad; el sonido de un florín al depositarse en el hueco de una mano; el rugido de las tripas de un obrero que pasea junto a la vidriera de la panadería—. Al otro lado de la pared medianera escuchas los susurros del Vecino y la Esposa, que regresan a ti amplificados e increíbles. Conversaciones que tal vez inventas, pues las deduces a partir de palabras sueltas y a veces incluso de sílabas, de titubeos, de pausas, de gestos que no ves, de miradas sin ojos, como un arqueólogo compone esqueletos enteros a partir de una vértebra rota. En algunas de esas conversaciones la Esposa habla de dinero, quizá reprocha su falta o por el contrario su exceso, le parece inmoral hacer ciertas cosas para conseguirlo, preferiría hacer esas cosas gratis o no hacerlas en absoluto. En otras conversaciones no se habla de dinero sino de principios. Alguien menciona la palabra causa, la palabra riesgo, la palabra sacrificio —por el tono de voz, entiendes que tal vez la Esposa deplore esa causa, esos riesgos, esos sacrificios—. Por momentos te parece incluso que hablan de ti: te encuentran necesario o innecesario, oportuno o inoportuno, vivo o muerto. La Esposa quiere darte algo y el Vecino negártelo, pero no aciertas a saber qué. Puede que hablen de la comida, porque de un tiempo a esta parte estás extrañamente hambriento. Si no te pareciera imposible creerlo, dirías que desde que los huéspedes se marcharon hay días en que la Esposa no viene en absoluto, y tú te dedicas a arañar la escudilla y a coleccionar hebras de tabaco con las que armar un cigarro desmañado. Tratas de aguantarte un poco más para que el cubo no rebose de mierda antes de que la Esposa regrese por él. Y también escuchas.

Más sonidos. La bofetada de una hoja seca al desprenderse del árbol y acostarse sobre la acera.



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