Jirel de Joiry by Catherine L. Moore

Jirel de Joiry by Catherine L. Moore

autor:Catherine L. Moore
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 1977-01-01T05:00:00+00:00


LA INFERNAL GUARDA

Jirel de Joiry tiró de las riendas al llegar a lo alto de la colina y permaneció un momento en silencio, mirando hacia abajo. Así que aquello era la Infernal Guarda. La había visto muchas veces en su imaginación tal y como la veía en aquel momento desde lo alto de la colina, bajo la luz dorada del crepúsculo que tornaba todas y cada una de las pozas de las marismas en espejos resplandecientes. La larga y estrecha calzada que llevaba al castillo se estiraba entre pantanos y arroyos hasta llegar a la puerta de aquella irreal y siniestra fortaleza que se erguía sola entre las arenas movedizas. El mismo castillo entre marismas, que veía al atardecer desde la cumbre de la colina, embrujaba sus sueños desde hacía muchas noches.

—Sólo la encontrarás al ponerse el sol, mi señora —le había dicho Guy de Garlot, con la sonrisa siniestra y sesgada que afeaba su bello rostro atezado—. La circundan brumas y espesuras, y la magia acecha en los pantanos que rodean a la Infernal Guarda. La magia y quizá algo peor, si es cierto lo que dicen las leyendas. Jamás podrás llegar a ella salvo al atardecer.

Montada a caballo sobre la cima de la colina, recordó la sonrisa de desafío en su mirada negra y le maldijo entre susurros. Había tal silencio en toda la vastedad de aquel mundo vespertino que, por instinto, no se atrevió a hablar en voz alta. ¿No se atrevía? Lo cierto es que aquel silencio no era normal. No lo rompía el canto de los pájaros ni el roce de las hojas bajo el viento. Irguió levemente los hombros bajo su cota de malla y aguijó a su caballo para que descendiese colina abajo.

Guy de Garlot... ¡Guy de Garlot! Los cascos de su montura parecían repetir aquel nombre mientras bajaba la colina. Guy el Negro, con sus labios delgados y risueños, sus ojos negros y sesgados y su belleza antinatural... Antinatural porque, por dentro, Guy era tan feo como el pecado. Y no parecía un designio del buen Dios que tamaña pecaminosidad pudiera revestirse con la sombría belleza de Guy.

El caballo vaciló a la entrada del camino que se estiraba entre las aguas pantanosas en dirección a la Infernal Guarda. Jirel tiró, impaciente, de las riendas y sonrió casi con una mueca al caballo, inclinándose hacia sus orejas, que él no dejaba de mover.

—Me repugna tanto como a ti —le dijo—. También yo voy a golpe de espuela, precioso. Por eso tenemos los dos que seguir adelante.

Y volvió a maldecir a Guy con largo rezongar, mientras el lento repiqueteo de los cascos reverberaba sobre los pétreos arcos de la calzada.

Por encima se elevaba, dominadora, la Infernal Guarda, alta y oscura ante el ocaso. Alrededor de Jirel se derramaba la luz dorada del atardecer, no sólo en el cielo que la cubría sino en las charcas del pantano que se encontraba más abajo, y en cuyas profundidades se estremecían las arenas movedizas. Se preguntó por



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