Invictus by Simon Scarrow

Invictus by Simon Scarrow

autor:Simon Scarrow [Scarrow, Simon]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO DIECINUEVE

El aire del amanecer estaba saturado del acre olor a quemado. Una gran zona de la llanura había quedado abrasada y negra en torno al lugar donde los romanos pretendían acampar la noche anterior. Montones de cuerpos carbonizados se hallaban esparcidos por la zona: aquellos que habían muerto antes de que el incendio consumiera sus cuerpos yacían tirados donde habían caído. Los que habían quedado heridos e incapaces de escapar estaban acurrucados, tras intentar protegerse de las llamas y del calor. Los pretorianos eran claramente identificables por su armadura, y Cato no pudo evitar hacer un gesto de dolor al imaginar el horror de sus momentos finales. Se aclaró la garganta y habló a Macro:

—Podemos tachar a algunos de la lista de los desaparecidos.

Macro se agachó junto a uno de sus antiguos camaradas y le tocó la piel tensa y ennegrecida de la garganta. Aunque la tira de cuero había ardido, el sello de plomo todavía estaba intacto. Lo abrió y limpió los manchurrones oscuros que tapaban las marcas que identificaban al soldado. Todavía se podían identificar algunas letras, pero el calor había sido tan intenso que el sello se había fundido en parte, haciendo imposible estar seguro del nombre. Aunque en realidad daba lo mismo, pensó Macro. Si el número de los desaparecidos coincidía con el número de cadáveres, podrían apuntarlos a todos como muertos en combate, y la familia que les quedase en Roma podría beneficiarse de sus testamentos. Dejó caer el sello y se incorporó.

—Haré que algunos de los chicos lleven los cuerpos al pueblo.

Cato levantó la vista y miró la mancha oscura de humo que se elevaba por encima de los tejados de tejas del pueblo, hacia el cielo. La pira funeral ya había sido encendida a medida que los rayos del sol anunciaban el nuevo día. Negó con la cabeza.

—No hay tiempo para eso.

—¿Que no hay tiempo? No podemos dejar a los chicos ahí para que se pudran. No estaría bien.

—A ellos ya no les importará, Macro.

—Pero a mí sí, señor. Y a ti también debería importarte. No podemos dejar así a los camaradas caídos.

—Tenemos que dejarlos.

Macro hizo una mueca.

—Mira, señor. Si me dejas media centuria, podemos hacerlo enseguida, a toda velocidad, y luego alcanzarte.

—No pienso dividir la columna más de lo necesario. Y además los hombres ya están bastante cansados. No puedo perder más tiempo esperando a rezagados, si se puede evitar. Necesitamos movernos en cuanto los exploradores nos informen.

Las patrullas montadas habían partido antes del amanecer para dar una batida en la zona inmediata en busca de enemigos y expulsar a cualquier rebelde que pudiera estar observando el pueblo. No hubo más problemas con los rebeldes durante la noche, y Cato esperaba que el incendio y sus grandes pérdidas los hubieran obligado a alejarse, en búsqueda de alguna presa más fácil. Pero era importante asegurarse de que la cohorte los despistara cuando los pretorianos continuasen su avance al abrigo de las colinas. El destacamento que volvía a Tarraco ya estaba en formación a la entrada del pueblo.



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