Hood by Stephen R. Lawhead

Hood by Stephen R. Lawhead

autor:Stephen R. Lawhead [Lawhead, Stephen R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2006-02-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 24

Aunque los espías ya le habían confirmado desde hacía tiempo sus sospechas de que tres castillos estaban siendo erigidos en las fronteras de Elfael, el barón De Neufmarché deseaba ver la construcción de esos bastiones con sus propios ojos.

Ahora que el buen tiempo había llegado a los valles, pensó que era el momento de rendir otra visita al conde. De camino visitaría a sus vasallos britanos y vería cómo progresaban los plantíos de primavera. Como señor feudal, con vasallos a sus órdenes, nunca le venía mal hacer una visita inesperada de vez en cuando, para poder juzgar mejor el carácter y el temperamento de aquellos que estaban bajo su gobierno. Lord Cadwgan le había dado pocos problemas a lo largo de su reinado, y por eso el barón era lo bastante listo como para agradecérselo. Pero ahora que había empezado la tan largamente esperada expansión en el territorio Gales, De Neufmarché pensaba que sería mejor ver cómo estaban las cosas sobre el terreno, premiar la lealtad y el trabajo y apagar cualquier chispa de insatisfacción antes de que pudiera convertirse en un incendio.

Con estos asuntos en mente, el barón partió una brillante mañana junto con un pequeño séquito hacia Caer Rhodl, la fortaleza del rey Cadwgan. Cuando llegó, dos días después, el rey Gales lo recibió con intachable cortesía, si bien con poco entusiasmo.

— Milord De Neufmarché —lo saludó Cadwgan, saliendo de su salón—. Me pregunto por qué no enviasteis a vuestro mayordomo anticipando vuestra llegada para que pudiéramos recibiros como os merecéis.

— Os lo agradezco igualmente, pero ni siquiera yo mismo sabía que venía —mintió el barón mientras sonreía cordialmente—. Ya estaba de camino cuando decidí hacer esta parada. No espero ninguna ceremonia. Venid, cabalgad conmigo. Tenía pensado inspeccionar los campos.

El rey ordenó que ensillaran los caballos para que él, su senescal y unos pocos guerreros de su guardia personal pudieran acompañar al barón. Salieron juntos del castillo y se dirigieron a la campiña.

— ¿Ha sido duro el invierno en la región? —preguntó el barón amigablemente.

— Bastante —contestó el rey—. Pero aún más para los que están en el cantref vecino. —Señaló hacia Elfael, al norte, con un ligero movimiento de mentón—. Sí —prosiguió, como si lo estuviera considerando por vez primera—. Han perdido la cosecha, y por si eso no fuera ya bastante malo, ahora les han prohibido plantar.

— ¿Es eso cierto? —se interesó el barón De Neufmarché con auténtica curiosidad. Cualquier alusión a las dificultades ajenas le interesaba—. ¿Y eso por qué? ¿Lo sabéis?

— ¡Es ese nuevo conde, ese pariente de De Braose! Primero los hace huir a todos, y ahora que todos han vuelto, los ha reunido y los hace trabajar en sus malditas fortalezas!

— ¿Está construyendo fortalezas? —se extrañó el barón, mientras miraba al rey con una expresión inocente.

— Sí, tres castillos —contestó el rey lúgubremente—. Eso es lo que he oído —concluyó—, y no tengo motivo alguno para no creerlo.

— Muy ambicioso —admitió el barón De Neufmarché—. No pensaba que necesitara tales fortificaciones para gobernar el pequeño Elfael.



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