Historias de brujas medievales by Ángeles de Irisarri

Historias de brujas medievales by Ángeles de Irisarri

autor:Ángeles de Irisarri
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
publicado: 2008-07-03T22:00:00+00:00


EN BUSCA DE UN HOMBRE, UN PERRO Y UN CABALLO

SE dijo que doña Oro, la esposa o viuda del buen conde Lope Manrique, anduvo por morería y cristiandad buscando a un hombre joven y bien parecido que no atendía por su nombre, pues andaba desmemoriado y acompañado de una perra de raza podenca y muy buena cazadora, que ora estaba en el atrio de una iglesia o en la plaza Mayor de un pueblo, ora en el Camino Real o en la cima de una montaña o en la ribera de un río, pues que fue detectado en muchos lugares, a veces incluso hasta en el mismo día.

Y debió ser de ese modo, pues que la compaña de la dama fue vista en Palencia, Valladolid, Madrid, Cuenca, Valencia y en mil otras ciudades cristianas, a más de en la tierra mora de Granada, donde se conoció que había consultado con varias adivinadoras. Las gentes la llamaban la «viuda del desaparecido», y la miraban; unos, con admiración, por lo del amor que le tuvo y le tenía a su esposo, negocio que revolvía el corazón de las buenas gentes; otros, con pena por el trabajo que llevaba la dama, porque iba y venía sin descanso y pasaba y volvía a pasar por la misma población; y, naturalmente, querían hacerle favor, colaborar con ella un tantico en su larga e infructuosa búsqueda, y, nobles y plebeyos, la invitaban a su mesa o a morar en su casa.

Con el paso del tiempo las gentes que la vieron a la puerta del Alcázar de Sevilla, platicando animadamente con el baile del señor rey, la máxima autoridad de la ciudad, y la volvieron a contemplar dos años después en el mercado, constataron que la dama estaba carihoyosa, que había perdido donosura, y rezaron una oración por ella. Pues que además, iba vestida de harapos, mismamente como las dos viejas que la acompañaban que no eran otra cosa que dos hechiceras que le habían arrebatado el ánimo y la fortuna, quitándole hasta el último cuarto que tuviere, pues que ¿no era pobre la condesa? ¿No pedía limosna como cualquier miserable mientras las brujas leían las manos de las personas o vendían secretos para curar la tiña y hasta la lepra, dos enfermedades incurables de por sí? Doña Oro era pobre como las ratas, tal decían, y le llevaban un pan, un cantarico de vino o de leche, o una torta de miel que ella compartía con las viejas.

En la ocasión de Sevilla, un hombre le llevó noticia de que había visto un caballo comiendo hierbas y un perro comiendo basuras cerca de la plaza de la Catedral, y que, al terminar, el can se había encaramado a la grupa del bicho y cabalgado como si fuera un ser humano, cierto que mucho peor, pues que botaba y casi salía impelido al trotear. La dama, aunque había desechado la teoría del caballo, partióse rápida con las brujas que, como buenas profesionales, no habían desechado ninguna teoría sobre



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