Hetty by Hetty Verolme

Hetty by Hetty Verolme

autor:Hetty Verolme [Verolme, Hetty]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2009-11-01T00:00:00+00:00


Capítulo 10

El 4 de enero de 1945, a primera hora de la mañana, hubo un enorme alboroto en nuestra sección del campamento. Oímos gritos y gente corriendo. La puerta de nuestro barracón se abrió repentinamente y una de las guardias de las SS gritó:

—¡Todo el mundo fuera y traigan sus maletas!

Bram y Eva salieron al instante, dejándome sola en la habitación. No había forma de que pudiese llevar todas las maletas acumuladas en mi cama. Estaba desesperada y pensando qué podía hacer cuando otra de las guardias entró e inspeccionó la habitación. Yo estaba sentada en la cama, incapaz de moverme. Nuestras miradas se encontraron y estaba segura de que me daría un latigazo, pero por alguna razón disimuló e hizo como si no me viera. Cuando se dirigía hacia la puerta para marcharse, otra guardia entró y empezaron a hablar animadamente. Como si fuese un sueño, vi que la primera se colocaba de tal manera que la segunda me diese la espalda. Lentamente, me oculté bajo la manta, tratando de que no me viesen. Luego, uno de los niños, Maxy K, entró pronunciando mi nombre en voz alta. Pasó por las dos guardias y se dirigió hasta mi cama. No había escapatoria y tuve que levantarme. Mirando de reojo a las dos guardias, le pregunté a Maxy qué quería.

—Tienes que venir inmediatamente a ver a la hermana Luba —dijo.

—¿Por qué? ¿Estás seguro de que me llama a mí?

Yo seguía sin confiar en Luba.

—Sí —contestó Maxy—. Me dijo que fuese en busca de la chica con el pañuelo rojo. ¡Tienes que ir ahora mismo!

Con el corazón latiéndome a toda velocidad, me bajé de la cama. Maxy me tiraba de la manga del abrigo y, durante unos instantes, dudé si debía pasar al lado de las dos guardias. Me armé de valor y lo hice mientras continuaban hablando. Suspiré aliviada cuando Maxy y yo salimos, y recorrimos todo el trayecto hasta llegar al barracón de los niños. Cuando pasamos por el hospital, vimos que estaban sacando a los enfermos a base de gritos y latigazos. Reconocí a una mujer; era la esposa de uno de los socios de mi padre. Los kapos les estaban obligando a ponerse en cola.

Cuando Maxy y yo llegamos al barracón de los niños, la hermana Luba y la doctora estaban de pie, en la puerta. Luba me dijo que nuestro campo iba a ser evacuado, pero que dejarían quedarse a los niños. La doctora quería preguntarle al comandante Kramer si podía quedarme a vivir con ellos. Me cogió de la mano y regresamos donde los enfermos estaban alineándose. Cuando nos acercamos, vi a un hombre alto vestido con un uniforme negro, solo. Estaba impecablemente peinado, tenía el pelo moreno y echado hacia atrás, y tenía las botas tan relucientes que la luz se reflejaba de ellas. Nos detuvimos a una distancia respetuosa y nos quedamos completamente inmóviles. Si se había dado cuenta de nuestra presencia, no hizo el más mínimo gesto.

Mientras esperábamos a que nos atendiese, tuve la oportunidad de observarle.



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