Hades Nebula by Carlos Sisí

Hades Nebula by Carlos Sisí

autor:Carlos Sisí [Sisí, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


20. REPRESALIAS

El soldado avanzaba por el pasillo a buen paso, con el sonido de sus botas llenando de ecos los techos altos. Cada vez que pasaba junto a un centinela, se ponía tenso y apretaba los músculos, como si temiese que éste fuese a echársele encima, bloquear sus brazos con las rodillas y grabar una sola palabra en su frente utilizando algún tipo de puñal. La palabra, por supuesto, era «TRAUMA».

Pero no ocurrió nada de eso.

Por fin, se encontró junto a la puerta de la oficina personal del teniente Romero. Se tomó unos cuantos segundos para recuperar el aliento y llamó a la puerta con los nudillos. Luego, abrió sin esperar respuesta.

Romero estaba sentado junto a la chimenea, donde unas llamas retorcidas lamían varios troncos de considerable tamaño. Tenía los pies apoyados en una suntuosa mesa, nacarada de distintos colores para formar el damero de un ajedrez, y fumaba en pipa mientras leía un libro.

—¿Qué ocurre? —preguntó, levantando la vista de su lectura.

—Teniente, señor… se escuchan disparos desde la ciudad —contestó el soldado.

Romero se incorporó con rapidez.

—¿Disparos? —preguntó, con el ceño fruncido.

—Sí, señor. Un montón de disparos. No hemos localizado la fuente desde esta posición, pero hay movimiento de hostiles en la Carrera del Darro y en Plaza Nueva. Creemos que hay alguien ahí abajo armando un buen cirio.

—¿Alguien acercándose? —preguntó Romero.

—Es difícil decirlo, señor. He venido a avisarle tan pronto lo hemos detectado.

—Vamos… Llévame —concluyó Romero, dejando el libro y la costosa pipa sobre la mesa.

Mientras caminaban de vuelta por los pasillos, Romero no dijo nada; iba considerando posibilidades, dándole vueltas al hecho que acababan de anunciarle. Sabía perfectamente bien que entre sus hombres germinaba lentamente el cáncer de una revuelta, propiciada por varios motivos. Por un lado, muchos se dejaban convencer porque estaban en desacuerdo con lo que les estaban haciendo a los civiles. Para Romero, no era un acto de crueldad, era más bien una cuestión de prioridades. Tras informar del resultado de las últimas operaciones de búsqueda y rescate en las que el número de efectivos se redujo de ciento treinta a sólo noventa, se le habían proporcionado sólo dos directivas principales: que asegurara y mantuviera la base Orestes, y que salvaguardara la vida de sus hombres, nada más. Todas las operaciones habían sido canceladas; el Alto Mando tenía que reorganizar sus prioridades e informaría sobre futuras directrices cuando llegara el momento.

Romero suponía que por allí arriba tenían sus propios problemas, y sospechaba de qué índole eran. Algo quizá tan complicado como la Pandemia Zombi. Empezó a sospecharlo cuando se le preguntó si había problemas con civiles armados por su zona y él había informado de que no, no habían tenido problemas en ese sentido. Sus problemas eran básicamente de recursos. Informó de que tenía varios cientos de civiles a su cargo y éstos precisaban alimentos, atención médica y equipamiento para pasar el invierno: ropa adecuada, calzado, mantas, etcétera. Se le comunicó, con contundente rapidez, que la población civil era deleznable. Sacrificable. Ningún hombre a su cargo debía ser arriesgado para garantizar la supervivencia de la población civil.



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