Hacia el final del tiempo by John Updike

Hacia el final del tiempo by John Updike

autor:John Updike [Updike, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción, Distopía
editor: ePubLibre
publicado: 1997-05-11T00:00:00+00:00


* * *

Las embarcaciones langosteras, de un blanco brillante en el azul satinado, con regalas rojas, han reaparecido en la bahía, centinelas de su paciente y bárbara cosecha. Cada rama de hoja perenne tiene un borde de pálidos renuevos. Los pinos austríacos presentan piñas en forma de vela que miden varios centímetros de longitud y han brotado, al parecer, en unos pocos días cálidos. A lo largo del sendero, el lirio siberiano plantado por descuido en el cuadro de azucenas amarillas ha florecido. Sus corolas, de pliegues complicados y color violeta imperial, se alzan sobre unos tallos esbeltos por encima del revoltijo de largas hojas cuya aparición como flores de lis individuales anoté tan afanosamente hace unas semanas. En la rotonda de la parte delantera (o trasera, diría Gloria) de la casa, las espireas florecidas inclinan sus delgadas ramas y el pimiento de Carolina muestra sus rojizas campanillas del tamaño de bayas, tan amadas por las abejas. Un día los gruesos capullos de rododendro, semejantes a turbantes, están a punto de abrirse, y al día siguiente ya se han abierto, con azaleas y lilas que aún no se han marchitado, y añaden extravagancia al lujo. ¿Es posible que haya suficientes abejas para elaborar tanto polen y néctar? Su ímpetu irreflexivo en junio, la luna llena y el color de queso de Cheddar cuando asciende a través del bosque, al este, el bocel vigilante a las siete de la mañana, débil como una filigrana en una lujosa hoja de papel azul, el trozo de panal seco más vívido a mediodía, inalcanzable y abandonado en su órbita. Anoche llovió. Durante la cena, a través de las ventanas de la cocina veíamos las cortinas de lluvia causada por el descenso nocturno de la temperatura. El aguacero redujo la última luz del día, y los hilos plateados se engrosaban y rielaban como cuerdas de arpa tañidas contra el telón de fondo del verdor ahora tupido. Esta mañana había restos de azaleas destrozadas sobre el asfalto encharcado del sendero.

Fui en busca de leche y zumo de naranja a la llamada tienda de conveniencia (su conveniencia más que la nuestra, a mi modo de ver), y al salir me sorprendió (ahora que hace buen tiempo hay que pasar por encima de los cochecitos de niño dejados ante la puerta y esquivar a desgarbados chiquillos que chupan barras de caramelo y van dando sorbos a latas de refrescos mientras se acuclillan cansados en los monopatines) una mujer de largas piernas con pantalón corto, el cabello entreverado de discretas y elegantes franjas grises, una sonrisa en el rostro como un anuncio de fiel hilo dental. ¿Nos conocíamos? Me parecía que no, pero era posible que sí. Su cuerpo esbelto y en buena forma, los bermudas de color canela, el polo amarillo canario y unos discretos pendientes de perlas revelaban la elegante y airosa clase a la que yo había aspirado. Podríamos habernos conocido en pasillos cuyas mullidas alfombras amortiguan las pisadas, en una rápida reunión en un piso



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