Golpes by Pere Cervantes

Golpes by Pere Cervantes

autor:Pere Cervantes [Cervantes, Pere]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-30T16:00:00+00:00


ROUND 7

LUCKY PUNCH

Llegué a Culla la noche anterior, poco antes de que dieran las nueve. Un pueblo coqueto que descansa sobre un promontorio culminado por las ruinas de un castillo. Todo él destila aires medievales, un señorío abatido que lucha por no desaparecer. Al bajar de la moto no me sentía ni las manos. Alcé la cabeza y divisé, con la ayuda del reflejo lunar, las montañas que escoltaban el pueblo. Todas ellas sostenían un denso manto de nieve. Me esforcé en mover los dedos de los pies antes de dar un paso. Tenía los músculos faciales contraídos. Daños colaterales de conducir mi GS en esa época del año. Y, aun así, no cambio una ruta de invierno por un día cálido. Rodar es sentir los elementos, saberte único. Eché un rápido vistazo a mi alrededor. El silencio y la quietud de las calles decoradas con motivos navideños habían detenido el tiempo. Por un instante fantaseé con la idea de que así fuera. El aire gélido, ajeno a las impurezas, te invitaba a pensar en Culla como el refugio ideal. La naturaleza del lugar era tan avasalladora que convertía en nimio cualquier problema que pudieras portar en tu mochila mental. Localicé la casa de Laura a la primera. Situada junto a la antigua cárcel de las guerras carlistas, resultó ser un dato suficiente para que mi memoria no me fallara. Era una casa de piedra, con la fachada cubierta de hiedra y una puerta principal de madera dividida en horizontal por un ventanal tintado de azul. Una vez, Laura me contó que antiguamente utilizaban esa pintura para ahuyentar a los malos espíritus. Tal y como me estaban yendo las cosas pensé que no me iría mal pasar allí unas horas. Junto a la puerta todavía conservaban una anilla de hierro con la que antaño amarraban a los mulos. Me planteé la opción de anclar mi BMW allí, pero no quería llamar la atención de las cien almas que habitan en pleno invierno en Culla. Dejé caer la aldaba sobre la puerta en dos ocasiones sin obtener respuesta. Pregunté a dos chicas que pasaron por allí por Laura, la propietaria de la casa rural. Las dos jóvenes, que apenas alcanzaban los veinte años, me sonrieron y yo les devolví el gesto con afabilidad. Los lugares como Culla domestican a los tipos de ciudad como yo. Me dolió comprobar que ya ha llegado ese momento en el que me hablan de usted las caras bonitas. Me pidieron que las siguiera y accedí. Serpenteamos las calles del casco antiguo durante un buen rato y, aunque ellas cruzaron algunas palabras, preferí mantenerme al margen de esa conversación. De cerca constaté que las luces navideñas que decoraban el pueblo no eran más que pequeñas banderas con bombillas de colores. «Cada año uno de nosotros hace de Papá Noel», me dijo de pronto una de las chicas. La explicación provocó en ellas una mueca pícara. No había asimilado todavía lo dicho cuando me topé de frente con el disfraz habitual de quien alegra las fiestas a los más pequeños.



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