Gengis-Kan by Vasili Yan

Gengis-Kan by Vasili Yan

autor:Vasili Yan [Yan, Vasili]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1976-06-30T16:00:00+00:00


III. El karezmsha no encuentra reposo en ningún lugar

Cuando un hombre pierde el valor, su caballo no puede galopar.

Proverbio oriental.

Mientras los mongoles saqueaban las tierras de Karezm, el sha Mohammed se encontraba lejos. Esperaba el desarrollo de los acontecimientos, y ocupaba con un pequeño destacamento la ciudad de Kelif sobre el Djayhun.

—Mi objetivo —decía— es no permitir a los mongoles atravesar el Djayhun. Pronto reuniré en Irán un inmenso ejército y entonces arrojaré a esos espantosos paganos.

En la cima de un peñón que dominaba en ángulo el río, se elevaba una estrecha torre flanqueada por pequeñas chozas aplastadas. Un viejo muro de piedra las rodeaba en un anillo irregular.

Era allí donde el karezmsha pasaba sus días, sumido en tristeza y reflexiones. Sobre el techo de la torre permanecía constantemente un vigía que miraba hacia el norte. A lo lejos, sobre las colinas, por la noche se encendían unas hogueras; y durante el día, columnas de humo permitían seguir el desplazamiento de las tropas enemigas.

A veces, Mohammed descendía hacia el río en donde estaban amontonadas grotescas barcas de altas proas. El sha contemplaba las aguas turbias e impetuosas encastrarse en las orillas rocosas. Una gran parte de su ejército había pasado poco a poco a la otra orilla del Djayhun, donde se veían sobre las colinas las construcciones de la antigua ciudad de Kelif. En otras épocas, Iskander el Invencible y sus guerreros, amarrándose a sus pechos pellejos de cabras llenos de aire, atravesaron, desde allí, a nado, el río estrecho y rápido.

Durante el asedio a Samarcanda, el karezmsha envió por dos veces refuerzos a los sitiados: una vez diez mil jinetes y otra vez, veinte mil, pero ninguno de los dos destacamentos tuvo el valor de llegar hasta la capital y regresaron a Kelif y declararon que se esperaba de un día a otro la caída de Samarcanda y que su ayuda no serviría de nada.

Inantch-Kan llegó a Kelif con doscientos jinetes extenuados y cubiertos de heridas: era todo lo que quedaba del grupo que había salido de Bucara durante la noche. Los tártaros los habían perseguido hasta la orilla del Djayhun; a casi todos les habían dado muerte y solamente algunos de ellos habían logrado salvarse. Entre los sobrevivientes se encontraba Kurban-Kizik.

Al karezmsha lo turbó saber que una tropa tan importante como la defensora de Bucara había perecido sin gloria y por nada. Durante mucho tiempo el sha no pudo ni pensar ni dar órdenes. Igualmente se dio cuenta de que los kanes de los distritos más próximos se negaban a ejecutar sus órdenes y no comparecían a sus llamados. De todas partes se conocían casos de traición. El karezmsha veía que el orden instaurado por él se desmembraba, que las bases de su poder se desmoronaban y que las manifestaciones de lealtad y obediencia se reducían a polvo.

El karezmsha Mohammed subió a una gran barca. Los djiguites trasportaron a ella estrechos cofres de cuero que contenían oro y joyas y embarcaron a su bienamado caballo bayo. La barca



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