Fantasmas by Joe Hill

Fantasmas by Joe Hill

autor:Joe Hill
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Terror
publicado: 2008-01-01T05:00:00+00:00


La capa

Éramos pequeños.

Yo hacía de Rayo Rojo y me subí al álamo muerto de la esquina de nuestro jardín para escapar de mi hermano, que no hacía de nadie, sólo de sí mismo. Había invitado a unos amigos y habría deseado que yo no existiera, pero yo no podía evitarlo: existía.

Le había cogido su máscara y le dije que cuando llegaran sus amigos les revelaría su identidad secreta. Contestó que me iba a hacer picadillo y se quedó abajo tirándome piedras, pero lanzaba como una chica y pronto trepé hasta estar fuera de su alcance.

Mi hermano se había hecho demasiado mayor para jugar a los superhéroes. Ocurrió de repente, sin previo aviso. Había pasado los días anteriores a Halloween disfrazado de La Raya, tan veloz que al correr el suelo se derretía bajo sus pies. Pero cuando terminó Halloween dijo que ya no quería ser un superhéroe y, más aún, quería que todo el mundo olvidara que alguna vez había sido uno, y olvidarse él mismo; pero yo no le dejaba, y ahí estaba, subido al árbol con su máscara y con sus amigos a punto de llegar.

E1 álamo llevaba años muerto y cada vez que hacía viento arrancaba sus hojas y las esparcía por el césped. La escamosa corteza se astillaba y deshacía bajo mis zapatillas deportivas. Era muy poco probable que mi hermano se decidiera a seguirme —habría sido como rebajarse ante mí—, y yo disfrutaba huyendo de él.

Primero trepé sin pensar, subiendo más arriba que nunca. Entré en una especie de trance de trepador de árboles, embriagado por la altura y por la agilidad de mis siete años. Después escuché a mi hermano gritar que me estaba ignorando (lo cual probaba precisamente que no lo estaba haciendo) y recordé qué era lo que me había impulsado a subirme al álamo en primer lugar. Elegí una rama larga y horizontal en la que podría sentarme con los pies colgando y poner histérico a mi hermano sin miedo a las consecuencias. Me eché la capa detrás de los hombros y seguí trepando, con un claro propósito.

Aquella capa había sido antes mi manta azul de la suerte y llevaba conmigo desde los dos años. Con el tiempo, su color había pasado de un azul intenso y lustroso a un gris de paloma vieja. Mi madre la había recortado para darle forma de capa y le había cosido un relámpago de fieltro rojo en el centro, así como un parche con el distintivo de los marines que había pertenecido a mi padre, con el número atravesado por un rayo. Había llegado de Vietnam entre sus objetos personales, sólo que mi padre no había venido con ellos. Mi madre izó la bandera negra de «desaparecido en combate» en el porche delantero, pero incluso yo ya supe entonces que a mi padre no lo habían hecho prisionero.

Me ponía la capa en cuanto llegaba del colegio y chupaba su dobladillo de satén mientras veía la televisión, la usaba de servilleta en las comidas y la mayoría de las noches me dormía envuelto en ella.



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