Estoy en Puertomarte sin Hilda by Isaac Asimov

Estoy en Puertomarte sin Hilda by Isaac Asimov

autor:Isaac Asimov [Asimov, Isaac]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Relato, Ciencia ficción, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1968-01-01T05:00:00+00:00


Polvo mortal

PRÓLOGO

En un principio había planeado hacer que esta fuera otra historia de Wendell Urth, pero estaba a punto de publicarse una nueva revista y quería estar representado en ella con algo que no pareciera un resto de otra publicación. Hice las variaciones oportunas. Ahora estoy un poco arrepentido; le he estado dando vueltas a la idea de escribir de nuevo el relato para este volumen y volver a incluir al doctor Urth, pero la desidia es la que ha triunfado al final.

Como todos los hombres que trabajaban para el gran Llewes, Edmund Farley llegó al punto en que pensaba con vehemencia en el placer que le daría matar al tal gran Llewes.

Ningún hombre que no haya trabajado para Llewes Podría entender completamente ese sentimiento. Llewes (los hombres se olvidaban de su nombre de pila, o llegaban a pensar casi inconscientemente que era Grande; así, con G mayúscula) era el prototipo que todo el mundo imaginaba de gran investigador de lo desconocido: a la vez implacable y brillante, no se rendía ante el fracaso ni dejaban de ocurrírsele jamás nuevos y más ingeniosos modos de abordar el problema.

Llewes era un especialista en química orgánica que había puesto el Sistema Solar al servicio de su ciencia. Él fue el primero en utilizar la Luna para llevar a cabo reacciones a gran escala que debían realizarse en el vacío, a temperaturas de ebullición o de licuación del aire, según la época del mes. La fotoquímica se convirtió en algo nuevo y maravilloso cuando se enviaron aparatos cuidadosamente diseñados para que flotaran libremente en órbita alrededor de las estaciones espaciales.

Pero, a decir verdad, Llewes era un ladrón de méritos, pecado casi imposible de perdonar. Cuando a un estudiante desconocido se le ocurrió por primera vez montar un aparato en la superficie lunar, o un técnico diseñó el primer reactor espacial autónomo, no se sabe cómo, ambos logros acabaron asociándose al nombre de Llewes.

Y no se podía hacer nada. Si un empleado, en su indignación, llegaba a renunciar a su empleo, perdía su recomendación y se encontraba en dificultades para conseguir otro trabajo. Sin pruebas, su palabra no tenía ningún valor frente a la de Llewes. Por otra parte, aquellos que seguían con él, los que aguantaban y se marchaban finalmente con su favor y su recomendación, tenían asegurado su éxito futuro.

Pero mientras permanecían allí, disfrutaban al menos del dudoso placer de contarse entre sí el odio que le tenían.

Y Edmund Farley tenía sobrados motivos para unirse a este coro. Había vuelto de Titán, el mayor satélite de Saturno, donde había instalado él solo —ayudado únicamente por robots— un equipo para utilizar con pleno rendimiento la reducida atmósfera de dicho satélite. Los planetas mayores tienen sus atmósferas compuestas de hidrógeno y metano en su mayor parte; pero Júpiter y Saturno eran demasiado grandes para habérselas con ellos, y Urano y Neptuno resultaban muy caros todavía por alejados que estaban. Titán, sin embargo, era del tamaño de Marte; es decir, era lo bastante pequeño como



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