Escenarios para el fin del mundo by Bernardo "Bef" Fernández

Escenarios para el fin del mundo by Bernardo "Bef" Fernández

autor:Bernardo "Bef" Fernández [Fernández, Bernardo]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-527-607-6
editor: Océano exprés
publicado: 2015-01-15T00:00:00+00:00


1873

Doce de junio.

El gran día.

Diez años del Imperio.

La fiesta más importante de la vida de Maximiliano I de México y, sin embargo, todo estaba saliendo mal.

Aquella mañana, al ducharse, el Emperador descubrió que no había agua caliente en el Castillo de Chapultepec. Los sistemas hidráulicos de Palacio, controlados por el cerebro mecánico central, simplemente se negaron a escupir otra cosa que no fuera agua helada.

Los días de campaña en la marina le habían enseñado a resistir esas carencias, no así a la Emperatriz, a quien el baño frío produjo una aguda recaída de ánimo.

Mientras el valet imperial vestía al monarca, éste podía escuchar a su esposa emitir unos alaridos pavorosos desde la tina.

—Quizá sería buena idea administrar una pequeña dosis de morfina a Carlota, padre –murmuró a su secretario particular con los ojos cerrados–. Tan sólo un golpecito.

—Lo dispondré de inmediato, Max –repuso Fischer, dando de inmediato la orden a un androide enfermero. Sin embargo, éste fue hacia ella y le propinó una bofetada que derribó inconsciente a la Emperatriz.

El jefe de sistemas de Palacio no podía explicar el equívoco funcionamiento del androide, que fue desactivado en el instante a patadas por el propio Emperador.

Todo parecía estar en su lugar, pero salía mal.

Una hora más tarde, el príncipe de Salm Salm sugirió de última hora cambiar los planes, de manera que el Emperador no encabezara el desfile militar que iría del Castillo de Chapultepec hasta la Plaza Mayor de la ciudad.

—Le sugiero que lo presida desde el balcón imperial, señor; todas estas fallas me parecen muy sospechosas –murmuró el ministro al oído del Emperador mientras éste intentaba beber un líquido inmundo que la cafetera había vomitado en la taza de Maximiliano.

Al ver a las damas de compañía esforzarse en disimular el moretón en el rostro de Carlota, el Emperador decidió que era mejor no arriesgarse a sufrir ningún atentado. Estarían más seguros en el balcón.

—Félix –dijo a su ministro–, comunícame con el general Miramón. Quiero que redoblen la seguridad.

—Sí, Su Majestad.

La llamada tardó más de quince minutos en conectar con el secretario de Guerra. La plática resultó prácticamente incomprensible por la estática que chasqueaba a través de la línea.

—Algo está pasando, Padre –dijo nervioso el Emperador a Fischer, instantes antes de salir al balcón–, y no me gusta nada.

El sacerdote sólo alcanzó a murmurar una respuesta incomprensible. El miedo podía leerse en su rostro.

Sólo hasta que Maximiliano Primero de Habsburgo, Archiduque de Austria, Emperador de México y el Caribe, salió al balcón del Castillo de Chapultepec, acompañado de una Emperatriz Carlota Amalia completamente sedada, comprendió la dimensión de lo que ocurría en ése su Imperio, que de pronto no parecía tan próspero ni tan pacífico como lo declaraba todas las noches el noticiero oficial, o como lo pregonaban la prensa oficialista y los voceros del gobierno.

Ante los ojos aterrados del monarca, uno de los dirigibles que desfilaban en los cielos a la par de las fuerzas armadas se desplomó pesadamente sobre la vanguardia del ejército imperial mexicano, aplastando al primer



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