Enanos y draconianos by Margaret Weis Don Perrin

Enanos y draconianos by Margaret Weis Don Perrin

autor:Margaret Weis, Don Perrin
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico, Infantil y juvenil
publicado: 1997-09-01T00:00:00+00:00


22

Dos días después, Kang hizo llamar a Slith.

El sivak, que aún estaba con las tropas de piquetes, entró en la tienda de mando que también servía de alojamiento para Kang.

—¿Señor? Me dijeron que queríais verme.

Kang estaba sentado ante una mesa construida a toda prisa, en una burda silla de campaña que crujía como si fuera a romperse cada vez que se movía. Había estado fuera inspeccionando los parapetos bajos recientemente construidos, y ahora, de vuelta en la tienda, se dedicaba a afilar su daga.

—Sí, Slith, tengo un trabajo para ti, amigo mío. Algo que creo que te va a gustar.

—¡Sí, señor! —repuso el lugarteniente sonriendo de oreja a oreja.

Las siguientes preguntas del comandante cogieron al sivak por sorpresa:

—¿Qué se comenta entre los hombres, Slith? Tú estás más cerca de ellos que yo. ¿Qué piensan de todo esto?

—¿Tengo permiso para hablar con sinceridad, señor? —El oficial parecía sentirse incómodo.

—¿Cuándo no ha habido confianza entre nosotros, amigo mío? —replicó Kang, dolido.

—Bueno… —Slith estaba azorado—. Creen que os habéis vuelto blando, señor. Hace dos días que llegamos y en lugar de ir a cortar cabezas de enanos lo único que hacen es cavar trincheras; piensan que para eso podríamos habernos quedado con los caballeros. Los hombres quieren venganza.

—Es lo que imaginaba —dijo Kang mientras asentía con la cabeza—. Los soldados desean exterminar a los enanos, aniquilarlos.

—Quieren hacerles lo mismo que nos hicieron a nosotros, señor.

—Ellos no nos aniquilaron —argumentó Kang—. Quemaron nuestro pueblo cuando no estábamos en él.

—Sí, señor, supongo que eso es cierto. —Slith parecía preocupado. Por lo visto, compartía con los demás la idea de que su comandante se había vuelto blando. Kang se preguntó si sólo él era capaz de ver más allá de su hocico.

—¿Y qué ocurrirá si matamos a los enanos, Slith?

—Que nos sentiremos mucho mejor, señor —respondió el lugarteniente cerrando las mandíbulas con un seco golpe.

—¿Y después de eso? —inquirió el comandante, conteniendo una sonrisa—. Después de que nos hayamos revolcado en un baño de sangre durante un tiempo, ¿qué pasará entonces?

—Que tendremos todo el valle para nosotros, señor. Podremos vivir aquí en paz y con tranquilidad.

—¿Y eso te gustaría, Slith? ¿La paz y la tranquilidad? ¿Nada de incursiones ni alarmas a media noche? Sí, quizá fuera agradable —dijo Kang pensativo—. Podríamos pasar el tiempo ocupándonos de nuestro huerto, arrancando las malas hierbas, cosechando zanahorias. Tal vez incluso criáramos gallinas.

»Claro que —continuó Kang, a quien no le pasó inadvertido el respingo que dio su lugarteniente— tú tendrías que ocuparte de solucionar las reyertas que surgirían entre las tropas, cuando no tuvieran otro modo de desahogarse. Con todo, piensa en las tranquilas y pacíficas noches. Tan largas, sin aguardiente enano ni cerveza de nueces. Podríamos realizar un montón de cosas. Estaba pensando en dar comienzo a una serie de conferencias…

—De acuerdo, señor —lo interrumpió Slith, sombrío—. Os habéis explicado muy bien. Pero tengo que deciros algo, señor. Conozco a los enanos, y sé que pensarán que nos hemos vuelto blandos si al menos no les damos un buen escarmiento.



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