En defensa de los ociosos (Great Ideas 34) by Robert L. Stevenson

En defensa de los ociosos (Great Ideas 34) by Robert L. Stevenson

autor:Robert L. Stevenson
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2014-05-14T16:00:00+00:00


Mientras tanto, el fragor continúa, hasta que, al cabo,

habiendo huido de él como de un enemigo, damos

súbitamente con algún rincón apartado,

tranquilo como un lugar resguardado cuando el viento sopla fuerte.

Recuerdo que en una ocasión conocí en un tren a un hombre que me habló de lo que debió de ser el caso más perfecto de este placer de la huida. Una soleada mañana en la que soplaba el viento había subido a lo alto de una gran catedral en algún lugar en otro país; creo que se trataba de la catedral de Colonia, esa gran maravilla inacabada a orillas del Rin, y después del largo ascenso por una oscura escalera, por fin había salido a la luz y se encontraba en una plataforma que dominaba la ciudad. A aquella altura el tiempo todavía era cálido y apacible; la tempestad se estaba produciendo en las capas inferiores del aire y él la había olvidado en la calma del interior de la iglesia y durante su larga subida; así que no es difícil imaginar su sorpresa cuando, al apoyar los brazos en la soleada barandilla y contemplar el lugar que estaba mucho más abajo que él, vio cómo los pobres viandantes tenían que sujetarse los sombreros y esforzarse por avanzar contra el viento. Me parece que hay algo perfecto en esta pequeña experiencia de aquel compañero de viaje. La forma de actuar de los hombres siempre nos parece trivial cuando nos encontramos solos en lo alto de una iglesia, con el cielo azul y rodeados de pináculos, y vemos mucho más abajo los tejados en pendiente y los contrafuertes en escorzo y la silenciosa actividad de las calles; pero ¡cuánto más no debió de parecérselo a él mientras se encontraba por encima no sólo de la actividad de todas aquellas personas sino también de su clima, como en la región dorada de Apolo!

Ésta fue la clase de placer que descubrí en el lugar sobre el que escribo. El placer consistía en permanecer al resguardo del viento, acurrucado en un refugio, mientras tenía presente en todo momento cómo soplaba fuera. Y esos lugares guarecidos se encontraban únicamente junto al mar. Entre los negros y accidentados promontorios hay pequeñas calas y ensenadas bien protegidas del viento y la turbulencia del mar abierto; lugares en los que la arena y las algas devuelven la mirada al observador desde la profundidad del agua en calma y sólo las aves marinas, gritando y revoloteando desde los desgastados peñascos, perturban el silencio y la luz del sol. En mi memoria se ha quedado grabado un lugar así por encima de todos los demás. En un peñón al borde del agua los guerreros noruegos de antaño habían construido dos castillos juntos pared con pared como casonas geminadas; sin embargo, las rencillas entre los dueños llegaron a tal punto que, desde una ventana, uno de ellos disparó al otro cuando se encontraba a la puerta de su casa. En la yuxtaposición de esos dos enemigos hay algo lleno de ironía trágica.



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