Ella by Henry Rider Haggard

Ella by Henry Rider Haggard

autor:Henry Rider Haggard [Haggard, Henry Rider]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1886-12-31T16:00:00+00:00


XVI

Las tumbas de Kôr

Después que hicieron salir a los prisioneros, Ayesha hizo una señal con la mano y los espectadores se volvieron y comenzaron a arrastrarse hacia la salida de la caverna como un rebaño disperso de ovejas. Cuando se hallaron a una considerable distancia del estrado, sin embargo, se pusieron de pie y caminaron hacia el exterior, dejándonos solos a la Reina y a mí, con excepción de los mudos y de algunos pocos guardias que quedaron después de que la mayoría de ellos partiera con los sentenciados. Pensando que ésta era una buena oportunidad, pregunté a Ayesha si quería venir a ver a Leo, hablándole de su grave estado; pero ella no quiso, diciendo que seguramente no moriría antes de la noche, porque los enfermos de esta clase de fiebre nunca morían excepto al anochecer o al amanecer. También dijo que era mejor dejar que la enfermedad siguiera su curso todo lo posible antes de iniciar su cura. De acuerdo con esto me dispuse a retirarme, pero me rogó que la siguiese, porque deseaba hablar conmigo y mostrarme las maravillas de las cavernas.

Estaba yo demasiado envuelto en la red de su fatal fascinación para decirle que no, aunque lo hubiese deseado; y no lo deseaba. Se levantó de su silla y, haciendo algunas señales a los mudos, bajó del estrado. Luego, cuatro de las muchachas cogieron lámparas y se colocaron dos al frente y dos detrás de nosotros; los demás se fueron, así como los guardias.

—Ahora —dijo—, ¿quieres ver algunas maravillas de este lugar, oh Holly? Observa esta gran caverna. ¿Has visto algo semejante? Sin embargo así fue excavada, como muchas otras semejantes, por las manos de la muerta raza que una vez vivió aquí, en la ciudad de la llanura. Debe dé haber sido un pueblo grande y maravilloso éste de los hombres de Kôr, aunque, al igual que los egipcios, pensaba más en los muertos que en los vivos. ¿Cuántos hombres crees tú que fueron necesarios para excavar esa caverna y todas las galerías anejas, trabajando durante muchos años?

—Decenas de millares —respondí.

—Así es, oh Holly. Este pueblo era ya antiguo antes que existieran los egipcios. He hallado la clave, además, y puedo leer algo de sus inscripciones… Mira aquí, ésta fue una de las últimas cavernas que labraron —y se volvió hacia la roca que estaba detrás e indicó a las mudas que elevaran sus lámparas. Esculpida sobre la plataforma o altar, se veía la figura de un anciano sentado en una silla, con una vara de marfil en su mano. Me recordó de inmediato que sus facciones eran sumamente parecidas al hombre que estaba representado como si estuviera siendo embalsamado en la habitación donde nos servían las comidas. Debajo de la silla, que por otra parte tenía la misma forma que la que Ayesha ocupó durante el juicio, había una breve inscripción hecha en los mismos caracteres sorprendentes que ya he mencionado, pero que no recuerdo lo suficiente como para ilustrarlos. Se parecían más a la escritura china que a cualquier otra que yo hubiese conocido.



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