El violín de Auschwitz by Maria Àngels Anglada

El violín de Auschwitz by Maria Àngels Anglada

autor:Maria Àngels Anglada [Anglada, Maria Àngels]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


V

«Ay, a nuestros músicos les han cortado las manos, a nuestros cantantes les han clausurado la boca con barrotes de hierro.

»El violín de dulce voz yace por tierra como una cuna inmóvil que tenía que mecer al recién nacido —y lo han matado antes de venir al mundo».

YANNIS RITSOS,

Mensajeros

Relación de ropas y otros objetos entregados por los campos de concentración de Lublin y Auschwitz (fragmento)

1. En el Ministerio de Economía del Reich

Un nuevo kapo, más venal, le pasó bajo cuerda el frasco de pomada que —confiaba en ello— le curaría las manos. Para poder ofrecerle un pequeño soborno, había ahorrado, uno a uno, los cigarros que le daba Freund, conseguidos con cierta abundancia de manos de los chóferes del taller. Justamente hacía un par de semanas de la última visita del comandante y de Rascher; y aquel día que estaba muriendo tan lentamente hubo una revisión general de presos, seguramente a consecuencia de las órdenes transmitidas desde más arriba por el médico de ojos fríos. Los führers que mandaban con diversas graduaciones en el campo, los Cerdos, como siempre los llamaba Freund, la habían bautizado con el nombre de «limpieza de primavera», quizá porque el invierno ya les había ahorrado una buena parte del trabajo.

Mientras se untaba las manos con abundante crema, una vez ya en el camastro, Daniel se sintió afortunado por haber salido bien de la revisión, que esta vez no se limitó a un vistazo desganado, como antes de los castigos corporales. De todas formas, al ser el campo pequeño, lo habían resuelto todo el mismo día. Desnudo como un conejo había sido pesado, auscultado, palpado sin miramientos, obligado a hacer flexiones, como todos los demás, y finalmente considerado todavía apto para el trabajo, no para el matadero —para el campo de la muerte y de la humareda negra—. Los «sanos» fueron recluidos en los barracones antes de hora. Por la noche, despierto hasta tarde, mientras los compañeros parecían dormir, o lo fingían para no tener que conversar, que comentar el horror de la selección, oyó con toda claridad el ruido de los camiones, que volvían demasiado pronto. O sea, pensó, que no los han llevado a ningún otro lager, no habían tenido tiempo de ir y volver a Auschwitz-Birkenau. Deben de estar ya muertos y enterrados, desnudos y sin mortaja, sin despedida, a estas horas, aquí al lado, en cualquier claro del bosque, junto al Campo de los Tres Ríos. Los gritos desesperados y ahogados que atravesaron durante la noche las delgadas paredes de madera revelaban que muy pocos se habían tragado la escandalosa mentira de que los llevaban a un hospital —aunque les habían hecho vestirse—. Habría querido rezar por ellos la plegaria de los muertos, pero no podía, porque al ver a los niños seleccionados para la muerte, el mundo entero se le había paralizado. Despertó a su amigo.

—Escucha, ¿no has oído ruido de motores? Son los camiones, ¿no?

Sí, eran los camiones, le confirmó, totalmente desvelado.

—¡No han ido muy lejos! No, no me has despertado, no estaba durmiendo.



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