El vals del diablo by Anne Stuart

El vals del diablo by Anne Stuart

autor:Anne Stuart [Stuart, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Romántico
publicado: 2005-12-31T23:00:00+00:00


—Canalla —dijo Annelise en voz alta, entre dientes—. Hijo de mala madre, maldito bastardo.

—¿Señorita? —Jane parecía horrorizada.

En un momento de crisis, lo peor que podía hacer era perder la cabeza, se dijo Annelise mientras arrugaba la nota. Necesitaba ayuda, y deprisa.

—¿Se llevó el señor Chipple su carruaje o se fue a caballo? ¿Hay otro coche en los establos?

—Lo siento, señorita. Sólo tiene un carruaje y se lo llevó. Pero hay caballos muy buenos…

—¡No! —dijo Annelise con un estremecimiento—. No monto a caballo. Búscame un coche. ¿Quién sabe qué falta la señorita Chipple?

—Es usted la primera persona a la que se lo he dicho.

—Soy la única persona a la que se lo dirás —repuso Annelise con firmeza—. Le dirás a todo el mundo que Hetty y yo hemos ido a visitar a mi hermana, al campo. Que nos apetecía salir unos días de Londres y respirar un poco de aire fresco. Sé dónde está Hetty. Iré a buscarla y me quedaré con ella un par de días, así que no será una mentira. Podrás hacerlo, ¿verdad? ¿Aunque vuelva el señor Chipple?

—El señor Chipple me da miedo —reconoció Jane con nerviosismo.

—Razón de más para no preocuparle. Soy responsable de Hetty y voy a asegurarme de que está a salvo. Mientras tanto, necesito que me llames a un coche. Yo voy a hacer la maleta. No creo que vuelva hasta dentro de un par de días.

—¿Está segura, señorita…?

—Muy segura —contestó Annelise—. Ahora, corre a hacer lo que te digo, niña. Te prometo que todo saldrá bien.

Annelise deseaba estar tan segura de eso. Metió una muda de ropa en su maleta y en el último momento se llevó las perlas. Cuando bajó, el carruaje la estaba esperando. Se envolvió en su capa gris y se echó la capucha sobre la cabeza.

—Recuerda lo que te he dicho, Jane —gritó mientras el carruaje se alejaba, y dejó a Jane sola en la escalinata de entrada, con expresión preocupada.

Annelise nunca había montado sola en un coche de alquiler, pero sabía que no convenía mostrar nerviosismo. Sin embargo, le habría sido de gran ayuda saber dónde iba.

—Tengo que encontrar a un amigo en una posada, y no recuerdo el nombre del sitio.

—En eso no puedo ayudarla, señorita —contestó el cochero.

—Es la Albion o la Albemarle. ¿Los conoce?

—Sí, señorita. ¿En cuál quiere probar primero?

—En la que esté más cerca —si pudiera recordar dónde había dicho William Dickinson que se alojaba… Si él siguiera allí… Cuando se habían encontrado en el parque, William había dicho que se iba ese día, pero quizás hubiera salido temprano. En cuyo caso, Annelise no sabría qué hacer.

Pareció pasar una eternidad antes de que el carruaje se detuviera.

—Espéreme —le dijo al cochero con firmeza, y abrió la puerta y bajó los escalones sin ayuda.

—¿Quién me dice que va a volver? ¿Y si me paga antes?

¡Ay Dios, el dinero! Estaba tan aturdida que se había olvidado de aquel pequeño detalle. «Que no se te note que estás asustada», se dijo.

—Le pagaré cuando encuentre a mi amigo —dijo en tono que no admitía discusión.



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