El sueño de la serpiente by Manda Scott

El sueño de la serpiente by Manda Scott

autor:Manda Scott [Scott, Manda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2006-02-13T00:00:00+00:00


XXIV

El cadáver yacía boca abajo en el agua. Tenía el cabello extendido alrededor de su cabeza como las frondas de una anémona marina, vibrando un poco con el balanceo de las olas. Era de un amarillo sucio, del color de la paja vieja, y eso no ayudaba precisamente a identificarle. Podía ser fácilmente un siluro, un amigo cuyo cuerpo debía ser retirado y entregado con limpieza a Briga, o bien uno de los jinetes batavos de los que quizá había que ocuparse con más respeto aunque solo fuera por Corvo, o también uno de los romanos con el cabello pajizo que salpicaban la legión Vigésima, producto del tiempo pasado entre las tierras del norte. Si era así, no había razón para no dejar que se hundiese lentamente y alimentase a las criaturas de Manannan como acción de gracias por su ayuda en la batalla.

Graine estaba sentada al final del espigón de Mona, con los pies colgando justo por encima del chapoteo del agua, y le veía dar suaves golpes contra el pilar de roble. El hombre no llevaba armadura, pero eso no significaba nada: la mitad de los legionarios habían abandonado su armadura en la travesía exterior, cuando vieron la ira de los dioses del mar. Para unos hombres que habían vivido y muerto por la espada, la muerte por ahogamiento era algo que había que temer casi tanto como la muerte por fuego. Era preferible enfrentarse a guerreros sin armadura que caer en el agua hambrienta y ahogarse todavía vivo.

Una barca vuelta del revés empujaba suavemente al muerto, como una vaca que dirige a su ternero, sacándole hacia el mar. El cuerpo giró un poco, con los miembros extendidos, como una estrella de mar. Faltaba el brazo derecho desde el codo hasta abajo. La sangre fluía en perezosos hilos manchando los percebes y las algas de un gris verdoso. Llevaba un tatuaje que subía hasta la axila. Éste despertó en ella recuerdos antiguos, aunque no claros. Nada llegaba a ella con claridad; el horror de la batalla había detenido el funcionamiento de su mente y ella no había encontrado la forma de hacerla seguir de nuevo. Miró hacia el agua e intentó rezar un poco. Tampoco lo consiguió.

—Es un batavo. Le oí caer —Bello vino a sentarse junto a ella. Llevaba un bastón, algo nuevo en él, largo, retorcido y pintado. Ella pensó que quizá fuese de espino, pero no estaba segura. Parecía obra de Luain macCalma: un regalo antes de la batalla, quizá. Ella lo cogió y hurgó en el agua, y usó el mango en forma de cuerno de Carnero que llevaba al final para enganchar el hombro del ahogado y darle la vuelta para verle bien la cara. Tenía la boca abierta, con los dientes muy blancos y regulares. Podía ser siluro perfectamente.

Graine dijo:

—¿Cómo sabes quién es si no puedes verle?

Hubo un pequeño paréntesis, un tiempo suficiente para darse cuenta de que había sido muy brusca, y supo que a él no le importaba, pero le preocupó lo que podía responder.



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