El Segundo Imperio by Paul Kearney

El Segundo Imperio by Paul Kearney

autor:Paul Kearney
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Bélico, Fantasía
publicado: 2000-01-01T05:00:00+00:00


Fue una ceremonia sencilla, como correspondía a las estepas donde tenía sus orígenes. Se celebró al aire libre, con las montañas de Thuria proporcionando un decorado magnífico de cumbres blancas en el horizonte del norte. Las ruinas de las Murallas Largas del dique de Ormann resplandecían cerca de allí como antiguos monumentos, y el río Searil corría espumeando al oeste.

Dos mil jinetes merduk, ataviados con las mejores galas que poseían, rodeaban a un cuarteto aislado de figuras, formando tres lados de un cuadrado vacío a su alrededor. En el cuarto lado se había erigido una tarima especial, con un toldo de seda traslúcida. El viento retorcía la fina tela como si fuera humo, permitiendo entrever a las concubinas reales, sentadas en cojines dorados y escarlata en el interior, con los eunucos en pie detrás de ellas como estatuas pálidas. Había un grupo de figuras elegantemente vestidas, reunidas en torno al pie de la tarima, donde los fugaces destellos de sol invernal se reflejaban sobre un auténtico tesoro en gemas y metales preciosos, digno del rescate de un emperador. Detrás de la caballería había una docena de elefantes, pintados hasta hacerlos casi irreconocibles, llenos de sedas y brocados y adornados con arneses de oro y cuero. En sus lomos había grandes tambores y una banda de músicos merduk con cuernos y flautas. Cuando empezó la ceremonia, los tambores redoblaron como una distante salva de artillería, o un trueno en las montañas. Entonces se hizo el silencio, a excepción del siseo del viento sobre las colinas del norte de Torunna.

Mehr Jirah estaba ante Aurungzeb, sultán de Ostrabar, y Ahara, su concubina. El sultán sostenía en su mano derecha las riendas de un magnífico caballo de guerra, y una cimitarra desgastada y de aspecto anticuado en la izquierda. Iba vestido con el sencillo atuendo de cuero y piel de un jefe de las tribus esteparias. Ahara vestía tan sobriamente como Aurungzeb, con un largo manto de lana y un velo de lino.

Mehr Jirah gritó con fuerza en el idioma merduk, y los dos mil jinetes golpearon sus lanzas contra los escudos y rugieron su asentimiento. Sí, aceptarían aquella unión, y reconocerían a aquella mujer como la primera esposa de su sultán. Su reina.

Entonces Aurungzeb puso las riendas de su caballo en manos de Ahara, y depositó a sus pies la cimitarra que había pertenecido a su abuelo. Ella pasó por encima, y todo el ejército vitoreó, mientras los músicos a lomos de los elefantes desencadenaban una cacofonía de ruidos. Mehr Jirah ofreció a la pareja un cuenco de leche de yegua, y ambos bebieron por turno antes de besarse. Y estaba hecho. Aurungzeb, el sultán de Ostrabar, tenía una nueva esposa, con un hijo en su vientre que sería el heredero legítimo al trono.

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Le habían acondicionado unos aposentos nuevos en la torre del dique de Ormann. Las ventanas miraban al este, por encima del Searil, hacia Aekir y las tierras merduk de más allá. Heria permaneció sentada en la ventana durante



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