El rayo verde by Julio Verne

El rayo verde by Julio Verne

autor:Julio Verne
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Humor, Romántico
publicado: 1882-01-01T00:00:00+00:00


—Así lo espero —dijo el hermano Sam.

—Estoy seguro que sí —añadió el hermano Sib.

—Y yo también lo espero —contestó la señorita Campbell mirando el mar desierto y sin mácula.

Ciertamente, todo hacía prever que el fenómeno de la puesta del sol se mostraría con todo su esplendor.

El astro radiante empezaba su descenso en línea oblicua, y quedaba entonces a pocos grados sobre el horizonte. Su rojo disco teñía de un color uniforme el fondo del cielo, lanzando un largo rastro resplandeciente sobre las tranquilas aguas del mar.

Todos estaban callados, en espera de la aparición, un poco emocionados en aquel crepúsculo maravilloso, observando el sol que iba hundiéndose poco a poco como un enorme bólido. De pronto, la señorita Campbell dejó escapar un grito involuntario, seguido de una angustiosa exclamación que ni los hermanos Melvill ni Olivier Sinclair pudieron reprimir.

Una chalupa acababa de salir entonces del islote Easdale, al pie de la isla Seil, y avanzaba lentamente hacia el oeste. Su vela, extendida como una pantalla, tapaba la línea del horizonte. ¿Sería capaz de tapar también el sol, en el momento en que este se hundiría en el agua?

Era cuestión de segundos. O volver sobre sus pasos, o dirigirse hacia un lado o hacia otro, a fin de volver a encontrar un sitio desde donde pudieran contemplar el horizonte despejado. Pero no había tiempo para ello; la estrechez de aquel cabo no les permitía apartarse en un ángulo suficiente para volver a ponerse frente al eje del sol.

La señorita Campbell, desesperada por aquel contratiempo, iba y venía por las rocas. Olivier Sinclair hacía grandes señas a la embarcación, indicándole que arriara la vela. Pero todo fue en vano. Ni le veían ni podían oírle. La chalupa, empujada por una ligera brisa, continuaba surcando las aguas hacia el oeste.

En el momento en que el borde superior del disco solar iba a desaparecer, la barca pasó ante él tapándolo con el triángulo de su opaca vela.

¡Decepción! Esta vez el Rayo Verde había brillado al pie de aquel horizonte sin brumas, pero había tropezado con la vela antes de alcanzar el promontorio en el cual tantas miradas ávidas lo estaban esperando.

La señorita Campbell, Olivier Sinclair y los hermanos Melvill, completamente descorazonados, más irritados quizá de lo que debieran por su mala suerte, permanecían como petrificados en el mismo lugar, sin pensar en marcharse, y maldecían a la embarcación y a los que la conducían.

Mientras tanto la chalupa acababa de atracar en la misma base del promontorio.

Entonces desembarcó un pasajero, dejando a bordo los dos marineros que lo habían conducido desde la isla Luing, y, tras cruzar la playa, empezó a subir por las rocas para llegar al extremo del cabo.

Seguramente aquel inoportuno personaje debía haber reconocido el grupo de observadores situados en la meseta, pues los saludó con un gesto familiar.

—¡El señor Ursiclos! —exclamó la señorita Campbell.

—¡Él! —exclamaron los dos hermanos.

«¿Quién puede ser este caballero?», pensó Olivier Sinclair.

Era el mismo Aristobulus Ursiclos en persona que regresaba de una de sus científicas excursiones de varios días por la isla Luing.



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